2.

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—Espere —dijo Jimin en un ataque de pánico, volviendo la cabeza cuando la boca de JungKook se aproximó a la suya. Los labios de él se posaron en su mejilla, un roce de íntimo calor que lo dejó atónito—. Espere—repitió con voz temblorosa.

Tenía el rostro vuelto hacia el fuego, cuyo amarillento resplandor lo deslumbraba mientras intentaba evitar los inquisitivos besos de aquel desconocido.

La boca de el pelinegro se desplazó sobre su mejilla en dirección a la oreja, haciendole cosquillas.

—¿Lo han besado alguna vez Jimin?

—Por supuesto —contestó el con orgullo y recelo; pero, al parecer, no había manera de explicar que no se había parecido en nada a aquello. Un beso robado en un jardín o un somero abrazo bajo el muérdago de Navidad no resultaban en absoluto comparables al hecho de encontrarse en brazos de un hombre, aspirando su aroma, sintiendo el calor de su piel a través de la tela de su camisa.—Supongo que es usted un artista consumado — dijo—, habida cuenta de su profesión.

Aquello le provocó una súbita sonrisa.

—¿Le gustaría comprobarlo?

—Antes deseo preguntarle una cosa. ¿Cuánto tiempo lleva haciendo esto?

Él entendió enseguida a qué se refería.

—¿Trabajando para el señor Kim? No mucho.

Jimin se preguntó qué habría llevado a un hombre como aquél a prostituirse. Tal vez se había quedado sin empleo, o le habían despedido por cometer un error. Quizás hubiese contraído deudas y necesitara más dinero de lo normal. Con su físico, su inteligencia y su buen porte, había muchas ocupaciones para las que parecía bien dotado. O estaba desesperado, o bien era un holgazán y un disoluto.

—¿Tiene familia? —inquirió.

—Ninguna de la que merezca la pena hablar. ¿Y usted?

Al percibir el cambio en su tono de voz, Jimin alzó la vista hacia él. Ahora sus ojos mostraban una expresión seria, y su semblante era de una belleza tan austera que el mero hecho de contemplarlo le provocó una punzada de placer en el pecho.

—Mis padres murieron —respondió—, pero tengo dos hermanos mayores, ambos casados.

—¿Por qué no se ha casado usted?

—¿Y por qué usted tampoco? —replicó Jimin.

—Me gusta demasiado mi independencia como para renunciar si quiera a una parte de ella.

—Los mismos motivos tengo yo —dijo el rubio—. Además, cualquiera que me conozca le confirmará que soy obstinado y poco dado al compromiso.

Una sonrisa se dibujó muy despacio en su rostro.
—Sólo necesita el trato apropiado.

—El trato —repitió Jimin en tono áspero—. ¿Le importaría explicar a qué se refiere?

—Me refiero a que alguien que sepa sobre el tema conseguiría hacerlo ronronear como un gatito.

En el pecho del rubio se mezcló la sensación de fastidio con las ganas de reír. ¡Menudo bribón estaba hecho! Pero no iba a dejarse engañar por su aspecto externo; si bien sus modales eran juguetones, había algo subyacente... una especie de paciente vigilancia, una sensación de fuerza contenida, que ponía todos sus sentidos en estado de alerta. No era un jovencito imberbe, sino un hombre hecho y derecho. Y aunque el no era alguien de mundo, por el modo en que lo miraba sabía que deseaba algo de el, ya fuera su sumisión, sus favores sexuales o, simplemente, su dinero.

JungKook, sosteniendo su mirada, se llevó una mano al pañuelo de seda gris que llevaba anudado al cuello, lo aflojó y lo desanudó muy despacio, como si temiera que algún movimiento repentino pudiera asustarlo. Mientras Jimin lo observaba con los ojos muy abiertos, se soltó los tres primeros botones de la camisa, se recostó hacia atrás y contempló el rostro arrebolado de Jimin.

𝙄𝙍𝙍𝙀𝙎𝙄𝙎𝙏𝙄𝘽𝙇𝙀; 𝙆𝙊𝙊𝙆𝙈𝙄𝙉 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora