14.

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Siguiendo la última ronda del día, Jung Hoseok recorrió todas las plantas del edificio para comprobar los equipos y cerrar las puertas con llave. Se detuvo ante el despacho de Jeon. Dentro había una luz encendida, y por debajo de la puerta ascendía un peculiar aroma: el olor penetrante del humo.
Ligeramente alarmado, Hoseok golpeó con los nudillos en el marco de la puerta y se asomó al interior.

—Señor Jeon...

Entonces se detuvo un momento a contemplar con un asombro apenas disimulado al hombre que era patrón y amigo a la vez.

JungKook se hallaba sentado a su mesa, rodeado por sus sempiternas pilas de libros y documentos, dando metódicas caladas a un largo cigarro. Un plato de cristal atiborrado de colillas apagadas y una bella caja de madera de cedro medio llena de cigarros daban testimonio de que el pelinegro llevaba ya un buen rato fumando.

En un esfuerzo por recomponer sus ideas antes de hablar, Hoseok aprovechó la oportunidad para quitarse las gafas y limpiarlas con escrupulosa meticulosidad. Cuando volvió a ponérselas, observó a su amigo con mirada valorativa. Aunque rara vez utilizaba el nombre de pila de su jefe, pues opinaba que era necesario demostrar su absoluto respeto por él ante sus empleados, ahora hizo uso de él de forma deliberada. Por una parte todo el mundo se había ido ya a su casa; por otra, sentía la necesidad de restablecer la conexión que había existido entre ellos desde que eran muchachos.

—JungKook—dijo en voz queda—, no sabía que te gustara el tabaco.

—Hoy, sí. —JungKook dio otra calada al cigarro y clavó la mirada azul de sus ojos entornados en el rostro de su amigo—. Vete a casa, Jung no tengo ganas de hablar.

Haciendo caso omiso de aquella orden pronunciada en tono calmo Hoseok se acercó hasta una ventana, retiró el pestillo de la misma y la abrió para que entrase la brisa y despejara el ambiente cargado de la habitación. La densa neblina azul que flotaba en el aire empezó a dispersarse lentamente.

Aún con la mirada sardónica de JungKook clavada en él, el rubio se aproximó al escritorio, inspeccionó la caja de cigarros y sacó uno.

—¿Puedo?

JungKook asintió con un gruñido. Luego agarró el vaso de whisky que tenía enfrente y lo vació de dos tragos.

Jung extrajo de su bolsillo un minúsculo cortador de puros y trató de rebanar la punta del cigarro, pero el prieto cilindro de hojas enrolladas se resistió a sus esfuerzos. Diligente, continuó serrando el cigarro hasta que JungKook se lo arrebató con un bufido.

—Dame ese maldito chisme.

Sacó del cajón del escritorio una navaja tremendamente afilada con la que hizo un profundo corte circular alrededor del extremo del cigarro para eliminar el borde desigual dejado por el cortador. Después se lo entregó a Hoseok junto con una caja de cerillas, y contempló cómo éste lo prendía y daba unas cuantas caladas hasta que comenzó a desprender un humo acre y aromático que fue ascendiendo muy despacio.

Sentado en una silla próxima, Hoseok fumó en silencio, en actitud amistosa, pensando qué podía decirle a su amigo. Lo cierto era que JungKook presentaba un aspecto deplorable. Las últimas semanas, pasadas trabajando sin piedad y bebiendo, unido a la falta de sueño, se habían cobrado por fin su tributo. El nunca lo había visto en semejante estado.

JungKook nunca le había parecido un hombre lo que se dice muy feliz, pues por lo visto veía la vida como una batalla que había que ganar en lugar de algo a lo que debía encontrarle un cierto disfrute, y, dado su pasado, no se le podía reprochar nada. Pero el pelinegro siempre había parecido invencible. Mientras le fueran bien los negocios, mostraba encanto y arrogancia, despreocupación, y reaccionaba tanto a las noticias buenas como a las malas con sardónico humor y la cabeza fría.
Ahora, sin embargo, estaba claro que algo le molestaba, algo que tenía gran importancia para él. Había desaparecido aquel manto invencible, dejando a la vista a un hombre atormentado, incapaz a todas luces de encontrar refugio.

𝙄𝙍𝙍𝙀𝙎𝙄𝙎𝙏𝙄𝘽𝙇𝙀; 𝙆𝙊𝙊𝙆𝙈𝙄𝙉 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora