15.

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-Nunca había celebrado una merienda campestre en un lugar cerrado- comentó Jimin riendo, al tiempo que contemplaba con ojos brillantes el entorno que lo rodeaba.

Kim TaeHyung lo había invitado a su pequeña propiedad, donde su hermana pequeña iba a dar un almuerzo. A Jimin le gustó de inmediato, nada más conocerla. Los ojos oscuros de su hermana rebosaban de vivacidad y jovialidad desmintiendo su estatus de matrona, por haber dado a luz a siete hijos, y poseía la misma aura de serenidad que tanto atractivo le proporcionaba a TaeHyung.

Los Kim eran una familia de buen linaje, no aristócratas, pero sí respetables y bien situados económicamente. Lo cual hacía que Jimin admirase aún más al castaño; tenía los medios necesarios para llevar una vida indolente si así lo hubiese deseado y, en cambio, había preferido mantenerse ocupado escribiendo para los niños.

—No es una auténtica merienda —admitió TaeHyung—. Sin embargo, es la mejor que hemos podido organizar, teniendo en cuenta el hecho de que todavía hace demasiado frío para hacer una al aire libre.

—Ojalá estuvieran aquí sus hijos —le dijo Jimin a la chica de manera impulsiva—. El señor Kim habla de ellos tan a menudo que casi me parece conocerlos ya.

—Cielos —exclamó la castaña, riendo—. En nuestro primer encuentro no. Mis hijos son una pandilla de auténticos diablillos. Terminarían por espantarlo y no volveríamos a verlo nunca más.

—Lo dudo mucho —repuso Jimin, ocupando el asiento que le ofrecía TaeHyung.

La merienda había sido dispuesta en una habitación con grandes ventanales de forma octogonal dotada de un patio en el centro del suelo de piedra.
Había allí un «jardín blanco» en el que habían plantado rosas blancas y lirios del mismo color y magnolias plateadas que despedían un delicioso aroma que flotaba sobre la mesa con mantel repleta de cristalería y cubertería. Sobre el mantel de lino blanco habían esparcido pétalos de rosa que hacían juego con el decorado floral de la porcelana de Sevres.

La castaña alzó una copa de chispeante champán y miró a TaeHyung con expresión sonriente.

—¿Quieres hacer un brindis, querido hermano?

Él volvió la mirada hacia el rubio y aceptó.

—Por la amistad —dijo con sencillez, pero la calidez que podía apreciarse en sus ojos parecía transmitir un sentimiento más hondo que la mera amistad.

Jimin bebió del champán, y lo encontró refrescante. Se sentía festivo y, sin embargo, completamente a gusto en compañía de Kim TaeHyung. Habían pasado mucho tiempo juntos, de paseo en el carruaje o asistiendo a fiestas y conferencias. El castaño era todo un caballero, que le hacía preguntarse si albergaría en su cabeza algún pensamiento o idea incorrecta. Parecía incapaz de cometer grosería o vulgaridad alguna.

«Todos somos zafios y primitivos», le había dicho JungKook en cierta ocasión. Bueno, pues se equivocaba, y Kim TaeHyung era la prueba viviente de ello.

La pasión desenfrenada que había atormentado a Jimin iba apagándose igual que las ascuas de un fuego que antes fue una violenta hoguera. Aún pensaba en JungKook con mayor frecuencia de lo que le hubiese gustado, y en las raras ocasiones en las que se veían, experimentaba los mismos estremecimientos fríos y calientes, la misma dolorosa percepción, el mismo anhelo intenso de cosas que no podía tener. Por fortuna, no sucedía a menudo. Y cuando sucedía, el pelinegro se mostraba invariablemente educado, sus ojos azules amistosos pero fríos, y hablaba tan sólo de los negocios que les concernían a ambos.

Por otra parte, TaeHyung no mantenía en secreto sus sentimientos. Resultaba fácil apreciar a aquel viudo bondadoso y sin complicaciones, que bien a las claras necesitaba y deseaba una pareja. Él era todo lo que Jimin admiraba en un hombre: cerebral, moral, de carácter sensato pero sazonado con una irónica inteligencia.
Qué extraño parecía que después de tantos años su vida hubiera terminado por fin así: viéndose cortejado por un hombre bueno, sabiendo casi con certidumbre que ello lo llevaría al matrimonio, si lo deseaba.

𝙄𝙍𝙍𝙀𝙎𝙄𝙎𝙏𝙄𝘽𝙇𝙀; 𝙆𝙊𝙊𝙆𝙈𝙄𝙉 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora