CAPÍTULO 20

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La lluvia era mi estación favorita del año porque amaba poder cubrirme con muchos abrigos y poder tomar todas las tazas de café caliente que quisiera, sin embargo verla através de la ventana ahora era un golpe a mi memoria, pasándome por la mente todas las veces en las que me sentí acompañada y no sola como estaba ahora.

Volví a pensar en mi madre y en Zoe , jamás las culparía de haberme echado al olvido, quería creer que ellas aún esperaban afuera por mí. Ambas estaban lidiando con la idea de haber perdido más de una sola cosa. Zoe por su parte había perdido a su mejor amiga y con ello a la única persona que la defendía a capa y espada. Mi madre no se quedaba atrás, ella tuvo que perder a otra persona que amaba, ella estaba sola y apostaba a cualquier cosa que su sentido de compasión y amor la haría volver a mí.

Muchas veces escuché como las personas se quejaban de no tener atención o la exclusión sin motivo y llegué a creer que era por egocentrismo y dependencia pero estar rodeada de personas cuyos problemas son el día a día de mi vida me hace replantearme si en verdad no siento lo mismo ahora.

Ya no importa o al menos eso intentaba creer.

—Habrá una reunión para decidir si se puede hacer la bienvenida para los recién instalados—anunciaba Martha mientras traía en sus manos mi almuerzo.

—¿Cuándo podré almorzar con los demás?— esto era como una cárcel.

Volteó ignorándome por completo y yo ya no podía simplemente callarme, estaba cansada de no obtener respuestas. Siempre que intentaba indagar cosas terminaban por ignorarme o castigarme, nadie solía hablar de nada de lo que pasaba fuera de estas cuatro paredes.

—No dirás nada, como siempre—me molestaba la idea de confiar en alguien que no hacía lo mismo.

Martha podía ser la mujer más dulce y protectora que había conocido pero tenerla tan callada y fingiendo no saber nada sobre lo que pasaba en este lugar era demasiado.

—Okey no digas nada.

Ya no podía pedir respuestas y aunque sonara suicida considerando el lugar donde estaba quería respuestas y las tendría a cualquier costo. La única persona con mi entera confianza era Nate, aunque bueno el ya de por sí solía tener ideas locas que solían llevarnos al borde de castigos.

—Martha, ¿Acaso estás sorda?—un hombre asomado a la puerta le hablaba— en el pasillo te dije claramente que la llevaras con los otros.

—¿Podré salir?—dije tratando de contener la emoción, no todas las personas podían ir al patio a compartir con los demás.

Martha no respondió, en su lugar me entregó la bandeja y se fué. El hombre aún impaciente me acompañó hasta que estuve frente a una mesa larga que se encontraba al aire libre junto a chicos de mi edad, mucho más allá habían mesas con personas de mayor y menor edad.

Nate al verme alzó la mano mostrándome el asiento vacío del costado.

—Esto es nuevo—soltó mientras me sentaba y sentía las miradas de todos sobre mi.

No era el festín más alegre pero el tan solo hecho de ver nuevas caras me ponía de buen humor. Intenté saludar un par de veces y en todas recibí la ignorada del año, realmente no sé qué esperaba. ¿Que me recibieran como si fuera una fiesta y no un encierro?.

—Deja la cordialidad y come.

Acepté al ver las caras de pocos amigos que nos lanzaban los enfermeros, parecían estar custodiando una cárcel y no un centro de salud mental, iban de un lado a otro cuando uno de ellos fué el causante de que todos se pusieran en modo alerta.

Avisaron que la luz había sido cortada por una falla y que en pocas horas todo estaría arreglado por lo que nos quedaríamos más tiempo en el mismo lugar. No había mejor anuncio que este, no siempre podíamos salir y ahora tendría más de una hora fuera de esa celda al que llamaba mi habitación.

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