CAPÍTULO 18

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Tenía algo claro, no estaba loca. Así estuviera en cuatro paredes blancas y amarrada a una cama tenía la certeza de que no estaba loca. ¿Como podría estarlo?. Nada de lo que hice me daba ventajas de demostrar lo contrario, sin embargo, eso aquí no importaba.

Jamás llegas a imaginar realmente cómo es vivir en un manicomio hasta que realmente estás en uno. Todas esas voces gritando o susurrando cosas lograba asustarte cuando tan solo intentabas dormir. Llevaba días encerrada en este lugar y no vi rastro de mi madre. No quería pensar en que se había resignado a dejarme en este loquero, quería seguir pensando que ella vendría por mi.

—Abran la puerta 402— escuché decir al otro lado de la puerta.

Esta se abrió mostrándome como todos los días a la dos enfermeras que venían a medicarme. Una era joven y gorda, con mucho bigote y greñas horribles. La otra era una señora mayor de cabello corto y delgada.

Se me acercaron hablándome como si fuese un animal herido. Yo aun me mantenía arrinconada en la pared. No quería ser medicada, odiaba sentir esa sensación de miedo y angustia.

—No te va a doler cariño— habló la enfermera mayor a quien llamaban Martha.

Aun así no me moví, tenía los brazos adoloridos y marcados por cada vez que tuvieron que forzarme a aceptar las inyecciones, muchas de esas veces salía lastimada por la propia aguja o las uñas de algunas enfermeras novatas.

—No..por favor, no lo hagan— era lo único que solía decir.

Martha le hizo una señal a la otra enfermera y está me cogió de los pies arrastrándome hacia ellas. Al instante me aferré al borde de la cama. No podía, realmente no podía seguir teniendo esas alucinaciones que me llevaban al borde del colapso.

—Lo necesitas— dijo la chica.

Aun con la poca fuerza que tenía grité.

—¡No! ¡Por favor no!— y aun así solicito ayuda.

En la puerta se asomaron dos enfermeros agarrándome de pies y manos. Luché con todas mis fuerzas para que aquel líquido no volviera a correr por mis venas pero fué inútil. Otra vez y como siempre lograron hacerlo dejándome peor de lo que ya estaba.

Todos se retiraron y yo empecé a sentir como mi vista se nublaba dejándome observar todo de forma borrosa. Me hundía entre las sábanas presa del miedo por estar en un lugar oscuro y porque sabía que mi imaginación en pocos minutos estaría jugándome en contra.

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Desconocido

Como no sentirme completo si tenía la oportunidad de por fin tener conmigo a la damisela que deseaba. Todas las cosas que tuve que hacer ahora eran recompensadas con esto.

Una enferma me indicó que ya estaba lista. Hoy como todos los días venía a verla. El haberla traído a este lugar no fue muy reconfortante pero pude darle las comodidades que otros en este lugar no tienen. Ella lo merecía todo.

Entré asomándome desde la puerta y pude verla arrinconada en una de las esquinas de la habitación. Sabía el porqué de su reacción, ella creía que yo era parte de sus alucinaciones y aunque aquel medicamento si la pusiera en ese estado era claro que yo no lo era.

—Angel—la llamé

Y aún con todo el esfuerzo que hacía para poder taparse ante mi, su piel saltaba a la vista. La tenía suave y cremosa además de muy pálida pero aún así se mantenía en perfecto estado. Para muchas personas la perfección radicaba en una figura esbelta y cara refinada sin embargo para mi la perfección radicaba en ella.

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