013: «I've lost myself again and I feel unsafe.»

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—¡Alex William Gaskarth, vuelve aquí ahora mismo y enfréntate a tus problemas! —gritó la madre de Alex desde el pasillo principal de la casa, pero era demasiado tarde, porque su hijo había abandonado su hogar para caminar calle abajo.

Sus pensamientos, atormentados y desordenados, comenzaban a enloquecer sus decisiones definidas. Era extraño volverse a sentir de aquella manera nuevamente. El sudor de sus manos aumentaba en cantidad y la única preocupación en la cabeza de Alex tenía una identidad: Jack Bassam Barakat.

El cansacio apoderaba las funciones principales de su cuerpo, las planificaciones imperfectas complicaban con dificultad cada tramo que Alex había trallado delicadamente. Todo era un caos, un desorden incapaz de ser parado. Se sentía como una llama ardiente consumía lentamente la existencia de Alex, acompañado del desvanecimiento de Jack en un tiempo previsto.

Unas gotas húmedas se derramaron por el rostro de Alex, logrando iluminar ligeramente su mirada sin vida. Dos medias lunas violáceas apoderaban la visión descuidada de sus expresiones, de sus facciones y de las escasas sonrisas que mostraba.

Cubrió su puño con las mangas de su jersey azul, y ascendió su mano hacia sus ojos. Los rastros húmedos de sus pómulos enrrojecidos —a causa del temporal invernal— desaparecieron, sin dejar una señal de su presencia anterior.

Los recuerdos inundaban su mente, su visión se volvía borrosa, su vida se escapa entre sus dedos y era incapaz de parar aquel indeseado proceso. ¿Era demasiado tarde para escapar lejos con Jack? ¿Dónde se quedaran todas esas promesas románticas que el moreno le prometió ante de todo el infierno que, desgraciadamente, ellos soportan sobre sus hombros?

Alex quería a Jack. Deseaba de todas las maneras posibles que el tumor cancerígeno se fuese, que nunca volviese, que parase sus insaciables ganas de asesinar lentamente las esperanzas que permanecían intactas. Quería que su novio viviese, y que ambos costruyesen lentamente un futuro juntos. Podrían adoptar, primero a una niña asiática —la pondrían Emma— y posteriormente proseguirían con un adorable niño africano —seguramente, de nombre Samuel—; no importaba el número final, solo importaba la felicidad familiar.

Miró a ambos lados antes de cruzar la carretera. No sabía exactamente donde había finalizado su ruta, pero reconoció al instante el ambiente antiguo del vecindario. Subió los ojos a lo largo de la farola al lado del camino que llevaba hacia la puerta principal de la casa.

La casa de Oliver Sykes.

{...}

Jack hundió su rostro en la almohada del hospital y soltó un ahogado grito desgarrador contra la tela. Desde la silla cercana a la cama, Tay dio un ligero saltito, pero volvió a centrar su atención en la imagen de Jordan dormido sobre la cama.

—¿Estás pensando en él otra vez, verdad, Jack? —cuestionó la morena.

Su característico tono de voz femenino y animado fue suplantado por uno ronco, desganado y cansado. Tay debía admitir que se preocupaba demasiado por Jordan, porque cuando finalizaban sus turnos, permanecía la noche junto al muchacho solo por precaución. Pero no podía engañar a su cerebro, ella sabía a la perfección los sentimientos que comenzaba a desarrollar por el chico y se negaba a aceptarlos.

Ella conocía las consecuencias del amor, y aunque odiase admitirlo, el cancer dificultaba gravemente su situación. Jordan no mostraba mejoras en su tratamiento. Eso significaba noticias desagradables imposibles de prevenir, una cura inalcanzable, un futuro roto antes de ser planeado.

¿Por qué todo tenía que ser tan difícil si, a simple vista, era un cancer como otro cualquiera? Una respuesta sencilla y rápida apareció en la mente de Tay: porque nadie puede juzgar por la apariencia de un cráneo sin cabello, o una mirada perdida entre los pacientes paseando por los pasillos.

—¿Y tú estás pensando en él otra vez, verdad, Taylor? —contestó Jack desde su posición; giró levemente la cabeza, logrando divisar a Jordan con los párpados cerrados y una ligera sonrisa en sus comisuras—. Déjale ir.

La muchacha frunció el ceño con confusión y volvió su cabeza hacia Jack, pero, a pesar de los deseos imparables en la mente de la chica, el moreno no había adornado su rostro con una curva en sus labios. No era una broma de mal gusto en el momento inadecuado, la expresión facial de Jack mostraba la serenidad de la frase.

El dolor y sufrimiento se quedaron estancados en los brillos caidos de su mirada, mientras admiraba como Taylor derramaba las primeras lágrimas de aquel día tan largo.

—Lo siento, soy un idiota, no debí decir eso.

—No —soltó firme Tay—. Tienes razón, él...él...

Jack se acercó a ella y rodeo su cuerpo con sus brazos. Sintió como la chica comenzaba a agrietarse lentamente, siendo una víctima más de la dureza del cáncer y la enfermedad en profundidad.

{...}

Alex no estaba totalmente seguro de sus acciones, pero conocía la mala suerte que solía tener con el destino, y decidió trastear en la puerta principal. Se internó en la espera de que Oliver —o el inquilino que estuviese en la casa— le abriese, y posara una expresión dudosa en su rostro mientras analizaba su persona.

Pero no fue así.

El pomo de la puerta fue presionado con pereza, dejando ver finalmente una pequeña y ladeada sonrisa en el rostro de Oliver. Su cabello estaba desordenado, tan oscuro como de costumbre, y parecía que su mirada había sido renovada con algún tipo de magia desconocida por Alex.

—¡Qué sorpresa! —exclamó animado—. ¿A qué se debe tu visita?

El castaño tragó saliva, bajó la cabeza para observar con mayor plenitud su calzado invernal. Oliver comprendió perfectamente aquel acto.

—Puedes pasar, si te apetece.

La decoración del domicilio no había sido agraciada por los colores vivos y llamativos, pero en esos momentos, Alex sentía una intensa despreocupación acerca de las tonalidades oscuras con las que Oliver había adornado su casa. Sus intereses se centraban en la sencilla posición de amistad que ambos habían ocupado los anteriores meses, y el consuelo que necesitaba para calmar su ira.

Volvió su cuerpo hacia Oliver y dejó que ambos se profundizaran en un abrazo cálido. Necesitaba el contacto humano, necesitaba a su mejor amigo demostrando el amor por él, necesitaba que alguien le jurase que todo transcurriría bien. Necesitaba noticias positivas, como, por ejemplo, que la familia Barakat se negase al traslado de su hijo a otro hospital.

Oliver acarició los cabellos humedos de Alex. Susurró con delicadeza, a una distancia cercana a la del oido del muchacho, que se tranquilizase y tratara de contar la experiencia que conseguía tenerle en aquel estado.

—No quiero que se vaya —sollozó—. Le necesito a mi lado, Oli, le amo.

—Tranquilo...todo irá bien.

Depositó un beso en la frente del chico y prosiguió abrazándole con fuerza, porque el dolor nunca es fácil de disminuir en precisión.

almas que se consumen ☹ jalexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora