Era un día precioso y Harry había anunciado que no iría a entrenar ese día, que se sentía mal. El entrenador le perdonó el día y le ordenó que cuando se sintiera mejor volviera para finalizar los últimos detalles del viaje.
Flor no se tragó el cuento que inventó, sabía que algo había pasado o también podría ser que tal vez tenía razón y de verdad se encontraba en malas condiciones. Pero de todas maneras, como tenía ganas de verlo fue a buscarlo a su casa. Estaba tan feliz, los motivos eran desconocidos, pero se la notaba con una sonrisa de victoria. Pasó por una confitería, compró dos cappuccinos y una docena de facturas, luego fue camino a ver a su amado.
Camino por un sendero angosto, saludó a los vecinos que se encaminaban a sus trabajos, y finalmente llegó a la casa de Harry.
La casa de Harry se encontraba en uno de los barrios más bajos de la ciudad. Vivía en una casa chica de un ambiente sólo para él.
El barrio no era el más deseado por la población. El 35% de los habitantes de allí eran familias que vivían en los callejones del barrio, cubridos sólo por cartones y frazadas, los niños salían todas las mañanas a trabajar para porder llevar aunque sea un poco de dinero o comida al resto de su familia. El 60% eran jóvenes drogadictos y alcohólicos que torcieron su camino, decidieron llevar una pobre vida, los padres de aquéllos jóvenes son personas agresivas que dejaron al niño al cuidado de la calle y de los pandilleros. Y luego de que los dejáran a cargo del cruel mundo, desaparecieron. El 10% eran familias que trabajan duro para conseguir un ascenso o sólo para alimentar a su familia. No tuvieron la mejor de las suertes, ya que viven en una zona pobre, pero todos los días luchan cada día para poder salir adelante y dar un ejemplo a sus hijos. El 5% eran muchachos que defendían su apellido, no dejában que nadie amenazára a su familia o los exponga al rídiculo, además de que profanaban en las casas de gente adinerada para llevar a su hogares cosas materiales. Cosas sin valor, sólo para aparentar algo que no son. Y luego está Harry. No se encuentra en ninguna categoría descripta, ya que es un muchacho que no se involucra en ese tipo de cosas, no tiene una familia que alimentar, vive sólo, su única compañera era la soledad, hasta que por su camino se cruzó una mujer de una pequeña estatura, cabellos oscuros, unos ojos maravillosos y una figura inigualable. Pero apesar de eso, y de que su corazón ya pertenecía a esa persona, él nunca dejó de ser como era. Capaz estuviera enamorado, pero sus raíces siempre las tenía presentes. Y es por ese motivo que Flor se enamoró de él. No por las cosas materiales que podría llegar a tener, porque desde que lo conoció supo que no tenía donde caerse muerto. Pero lo que Flor valoró fue su esfuerzo por demostrar al mundo como es, por no temerle o avergonzarse de lo que los demás pudieran decir de él o de donde proviene. Porque él siempre tuvo presente que la familia es lo más importante en la vida, uno da el pecho por ella, aunque esté destrozado o no pueda levantarse más, porque sabe que es una buena lucha y porque si cae sabe que siempre va a estar el hombro de su familia para apoyarlo en todo lo que quiera. Flor valoraba eso más que nadie, creía que sólo ella lo admiraba o lo apreciaba como él se lo merecía. De ese modo creía que esa Babi le era indiferente, que no se merecía poder acariciarlo y besarlo todas las veces que quisiese. Que solamente lo manipulaba. Era su juguete de diversión. Por eso la odiaba.
-¡Hola Flor! ¿Qué haces acá?- le preguntó Harry con una sonrisa de felicidad apenas abrió la puerta.
-¿Qué te pasó?- fue lo primero que vino a la mente de Flor al verlo todo lastimado.
-Ah, las heridas... pasa ahora te cuento.-
Flor entró y dejó la docena de facturas sobre las mesa, le entregó la taza de cappuccino y luego se sentó al lado de él para que le recite su historia.
-Flor... nosé como decirte esto. Pero... la volví a ver....- al pronunciar aquéllas palabras sus ojos se iluminaron, una sonrisa decoró su hermoso rostro.