Los días transcurrían, sin ninguna respuesta o señal sobre el estado de Babi.
Dormía tranquila y sin preocupaciones, sabrá qué o con quién estará soñando. Harry se mantuvo a su lado durante todo el tiempo, se turnaba, algunas veces se quedaba por la mañana o por la tarde, pero todos los días se quedaba con ella en las noches. Tenía la esperanza de que en cualquier momento despertaría, lo presentía.
Mientras que la vida de Babi se había paralizado, muchas oportunidades se le presentaron a Harry.
En el hospital donde se encontraba internada, buscaban un ayudante para el médico cirujano. Harry se atrevió a postularse como ayudante, así tendría más tiempo para estar con Babi, además de tener un trabajo y saber que la paga era buena.
Pero también tenía la oportunidad de ser ayudante del cocinero.
Estaba indeciso entre ambas oportunidades de trabajo.
Aceptó el trabajo de ayudante de cocinero. Al principio no quiso aceptarlo, quería poder pasar el mayor tiempo posible con Babi, quería poder verla despertar, y al hacerlo que sea él el primero en ver. Pero con el pasar de los días, mayor dolor se le acumulaba en su corazón, tener que ver a su amada, postrada en una blanca camilla de hospital, sin poder moverse, sonreír, vivir, disfrutar de los días. No podía soportar esa escena, tener que relatarle todos los días todos los momentos que pasaron juntos, como se conocieron, como se enamoraron y como su amor se fue fortaleciendo a medida que el tiempo pasaba.
La amaba, de eso estaba seguro. Nunca había sentido esa fuerza humana en su corazón. Esa fuerza que te recuerda para qué vivimos cada día.
De lunes a viernes tenía que trabajar de 12:30 a 17:00 hs.
Ayudaba al cocinero en todo lo que podía, desde comprar y encontrar las especias para el plato, hasta tener que preparar él mismo la salsa para los fideos o para alguna receta nueva.
Se divirtió más de lo que el hubiera creído, cada día el cocinero, Marcos, le enseñaba nuevas recetas, a preparar y decorar platillos especiales para los comensales o para algún crítico que los visitaba.
Desde carne asada a ratatouille, lasagna, ensaladas, pasta, distintos tipos de arroz y pollos. Siempre algo nuevo.
En el hospital:
-Hoy aprendí dos nuevas recetas, ya sé prepara arroz salteado y el arroz chaufa.- le dijo una fría noche de abril a Babi. El hospital estaba vacío y silencioso. Ariadna y Germán se quedaron en un hotel cercano, y avisaron de que irían en la mañana.- Me gustaría algún día poder prepararte todos los platillos que quieras, mimarte y complacerte.- Harry tomó la delicada y frágil mano de Babi, la besó y esbozó una dulce sonrisa.- He estado ahorrando, creo que bastante, quisiera irme lejos de aquí, desaparecer, contigo a mi lado. ¿Te gustaría? Emprender un viaje, sin destino, sin saber a donde, sólo irnos, pasear por todos los lugares que quieras. ¡Sería estupendo! - dijo alegre, pero al poco tiempo volvió a ponerse serio.- Te esperaré, todo el tiempo que sea necesario. ¿Lo sabes verdad?- la miró detenidamente.-¿Verdad amor?- una lágrima cayó por su mejilla, no quería rendirse, no podía, debía de seguir luchando por ella.
Se levantó de la silla y se fue al baño. Verla de esa manera le torturaba el alma. La amaba demasiado como para dejarla abandonada. Pero no podía soportar más. Cada día era una tortura, sufrida en carne y hueso.
Se lavó la cara, y se quedó mirándose en el espejo. Tenía ojeras enormes, no había dormido por estar pendiente en algún movimiento que Babi hacia.
Se secó la cara y comenzó a caminar por el desolado hospital.
Pasó por administración, se quedó mirando los televisores, saludó a las enfermeras, y siguió caminando.