18 •Fin de la fiesta.

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—No... —susurro, y mis ojos encuentran de inmediato los de Lombardi. Ella aprieta la mandíbula y traga con dificultad. El aire se vuelve pesado, opresivo, y siento que apenas puedo respirar. ¿Cómo pude no darme cuenta en el momento? —Abre la puerta, por favor —le suplico, con el corazón entre las manos y la mirada fija en el suelo, apenas sosteniéndome.

—Anna, quiero dejar claro que lo que viste fue un error total —responde con voz tensa, y se acerca un paso. —Me gustaría que eso se quede entre nosotras. Tanto Vanth como yo estábamos bajo la influencia del alcohol... —sus palabras caen como plomo, y siento que cada una me va aplastando. Suspira, y veo en su mirada un atisbo de vulnerabilidad que me desconcierta —te busqué principalmente porque tú fuiste la única testigo de lo que pasó. ¿Entiendes ahora por qué es tan importante para mí encontrar al culpable? Anna, necesito que me ayudes, que me digas la verdad —su tono se suaviza mientras avanza hacia mí, sin detenerse. —Sé que sabes quién fue —otra pausa, su aliento está tan cerca —y solo quiero que olvidemos lo de Vanth. Tú también necesitas olvidarlo. Por favor, ayúdame.

Me recuesto contra la puerta, mi cabeza golpea suavemente la madera. Quiero odiarla, quiero verla como la villana en esta historia, pero en su mirada veo algo que no esperaba: preocupación genuina, un rastro de humanidad que me quiebra por dentro. Sus palabras, cada palabra, se enreda con mi propia confusión.

—Fui yo —escupo finalmente, sintiendo cómo el dolor me desgarra el pecho. Detesto este lugar, esta situación, a Vanth, a mí misma. Lombardi necesita a alguien a quien culpar, y Vanth... Vanth rompió algo dentro de mí. Mi confesión cae entre nosotras como una piedra en un lago oscuro.

Ella me observa en silencio, su ceño fruncido, sin creerme del todo, lo noto en sus ojos. Pero, aun así, me da la respuesta que esperaba, como si esta fuera la única salida.

—Prepara tus cosas, Anna. Llamaré a tu madre.

Asiento con un nudo en la garganta. La llave en su mano gira, abre la puerta y me libera del confinamiento en el que apenas puedo respirar. Salgo rápidamente, con las lágrimas a punto de escapar, sintiendo que cada paso es una lucha por no quebrarme ahí mismo, en el campus desierto. Si no llego a mi habitación, si no logro encerrar este dolor, siento que voy a desmoronarme frente a todos.

—¿Estabas con Lombardi? —pregunta Tomas, con el rostro marcado por el miedo.

—Sí —respondo apresurada —no busques a quien culpar; ya lo hice yo.

—¿¡Qué tú hiciste qué!? —grita, enfurecido, y el eco de su voz me sacude.

—Tú necesitabas a quien culpar, Lombardi necesitaba al culpable, y yo... odio este maldito lugar —le contesto entre dientes, apresurando el paso —todos salimos ganando, Tomas.

—Pero tú... tú no tenías que hacerlo, Anna —su voz, cargada de impotencia, me toma por sorpresa. Me sujeta de los hombros, impidiéndome avanzar. Sus ojos están cristalizados. Siento un nudo en la garganta, uno que amenaza con estrangularme, porque hay algo en su tono que me está desgarrando, algo tan vulnerable, tan desnudo. Por primera vez, veo a Tomas sin la coraza que siempre lleva, sin el orgullo que habitualmente lo define. Frente a mí, hay un chico roto, un chico que, de alguna forma, se ha apoyado en mí para sobrevivir en este infierno, y el darme cuenta me deja sin aliento. —Eres lo único bueno que he conocido en este lugar, tú me entiendes... ¿y ahora quieres irte? —dice, tembloroso —voy a seguir buscando al verdadero culpable, Anna, porque no voy a permitir que te saquen de aquí.

No me da tiempo de responder. Antes de que pueda asimilar sus palabras, él se aleja hacia la cafetería, dejando tras de sí un vacío que me perfora el pecho. Mis pies avanzan automáticamente, como si huyera de algo que ya no puedo enfrentar. Yo solo quiero irme, escapar de aquí cuanto antes.

TE DETESTO;Donde viven las historias. Descúbrelo ahora