Mi día pasa con la misma monotonía de siempre: clases eternas que sólo empeoran mi dolor de cabeza, los gritos de siempre en los pasillos, y el inconfundible sermón de mis profesoras que parece que siempre están listas para hacerme la vida imposible. Ah, y como plato fuerte, Marina rogándome que esta noche no me acerque a Unión Celestial, casi como si pensara que estuviera en mi lista de planes favoritos. Luego está Tomás, nervioso porque su hermana no ha tomado sus antidepresivos, y aunque trata de ocultarlo, el pánico le dibuja una sombra en los ojos. Otro día cualquiera en el loquero, perdón, en el Instituto Mentalba.
Lo cierto es que no tengo ni el más mínimo interés en esa dichosa ceremonia, así que en el fondo agradezco que Marina me ahorre la incomodidad de fingir entusiasmo. Parece que todos aquí llevan el duelo como si fuera algo casi sagrado, con esa intensidad que solo he visto en telenovelas. No es que quiera minimizar el dolor de la pérdida, no es eso. Pero... ¿esto? No sé, es como si estuvieran más interesados en el drama que en el dolor real. Todos aquí están tan atrapados en sus propias tormentas, en esa especie de ritual obsesivo de llorar cada momento, que casi me pregunto si a mí me falta algo para entenderlo, si hay un lado que no alcanzo a ver.
La gente en este lugar es rara. Es como si cada uno llevara un secreto oscuro, un puñado de emociones retorcidas, y esa mirada perdida que parece pedir ayuda pero a la vez la rechaza. Victoria, por ejemplo, es un caso aparte. Nos cruzamos hace un rato y, apenas me vio, se lanzó hacia mí como si fuera la detective de turno persiguiendo a la criminal más buscada. Fue una locura; sin pensarlo, empecé a correr hacia la salida como si mi vida dependiera de ello. No iba a quedarme allí a esperar que Victoria, con su intensidad, decidiera que era el día perfecto para acabar conmigo.
Ahora, finalmente, el silencio reina. Todo parece calmo, y sin embargo, una inquietud persiste en mí, algo más profundo, más oscuro. Pienso en Violeta. Ella no es como los demás; su dolor es tan real que puedo sentirlo cada vez que la veo. Es como si llevara una herida abierta y nadie la viera, como si el mundo fuera un caos tan grande que su sufrimiento se volviera invisible.
El hecho de que no haya tomado sus antidepresivos me revuelve el estómago. Pienso en lo frágil que se ve, como una hoja seca a punto de romperse. A veces me encuentro revisando el pasillo, solo para asegurarme de que esté bien, de que su cuerpo pequeño y vulnerable no se haya desmoronado en algún rincón oscuro. Sé que debería mantenerme al margen, pero algo en mí se queda atado a esa preocupación, como si, al cuidar de ella en silencio, yo también encontrara algo de paz.
Esta calma... es engañosa.
Mi teléfono timbra, lo saco de mi bolsillo y me encuentro con el nombre de mi padre en la pantalla. En cuanto atiendo no existe un saludo formal, es más bien mi nombre de forma exasperada sabiendo que tiene que darme una explicación. Detengo mi camino hacia las habitaciones y me recuesto sobre un árbol.
—Anna
—¿Sí? —pregunto, el campus está vacío.
—Samantha me conto de lo está mañana y sé que debí decírtelo antes pero no he tenido tiempo —hay preocupación en su tono de voz.
—¿No te parece que podrías haberme dicho antes de proponérselo? ¿no te parece una locura? —escucho que respira profundo, probablemente tenga su mano sobre su frente y los ojos cerrados. —Entiendo que puedes estar muy enamorado, pero... hay muchas cosas que debes tener en cuenta, no eres un hombre común
—Lo sé, solo que Samantha es muy buena y estoy super seguro de que quiero pasar el resto de mi vida con ella —aprieto los labios —no es mala persona
—Papá todos son buenas personas hasta que te empujan hacia el abismo sin paracaídas —aprieto los labios —¿esto es de verdad?
—Si
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TE DETESTO;
RomanceAnna Blair es una estudiante de 18, esta en el ultimo año de preparatoria y por un incidente de verano, sus padres como castigo la obligan a ingresar a un internado. "Instituto privado Mentalba" Algo totalmente absurdo considerando que esta en su...