Colección de momentos, escenas, diálogos y pensamientos dramione llena de te quieros, te extraño, y otras cursiladas por el estilo.
Actualizaciones lentas.
Algunos de los capítulos se encuentran relacionados con otras de mis novelas, publicadas o...
Título: Poco delicado No de palabras: 1249 Advertencia: Ninguna
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La gente solía decir que él no era un hombre delicado. Que era brusco, y hosco, y bastante desganado. Que no había nada que le interesase más allá del quidditch y de la competición. Una vez, escuchó a uno de sus instructores de baile (en la que desde luego, fue la última lección que le dió a alguien), que carecía de la gracia y sutileza que le permitirían conocer los delicados detalles que marcaban la delgada y vital diferencia entre un bailarín y alguien que simplemente sabía seguir un ritmo. Draco Malfoy era un slytherin hasta la médula, y realmente, no había otra casa en Hogwarts en la que encajara. Para los hufflepuff, era demasiado altivo y tramposo. Para los leones, era simplemente un gallina. Para la casa Ravenclaw, no tenía las habilidades, y no por falta de inteligencia, fría y racional, como solía ser, sino por su aparentemente nula capacidad para comprender y asimilar conceptos complejos y abstractos, que se escapaban de su percepción, tosca y física, de las cosas.
Estupideces.
Él sabía lo que era la magia. Podía sentirla fluyendo a través de su cuerpo y siendo lanzada a través de su varita, como una extensión de sí mismo. Podía percibirla inundar hasta el más oscuro y recóndito lugar de Hogwarts. Hasta en el más inexplorado rincón del Bosque Prohibido. Podía notar cómo la magia se volvía antigua y rústica conforme más se adentraba en las habitaciones más viejas de Malfoy Manor, así como también notaba el cómo se volvía fresca y práctica en los nuevos departamentos del Ministerio de Magia. Él podía notar la diferencia entre un muggle y un mago o bruja normal, porque podía sentir la magia que emanaban. No necesitaba verla para ello.
Había quien adjudicaría ese hecho a la suerte (o desgracia, depende de a quién se pregunte) que era ser el heredero de una de las familias más mágicas y antiguas de Inglaterra. La magia de su sangre era casi tan antigua como el propio mundo, y sería natural que por ello, fuera capaz de notar esos pequeños detalles. Había también quien, con clara y malsana diversión, se aferraba a las frases muggles, tales como "Incluso un reloj rojo acierta dos veces al día" o "un burro puede hacer sonar la flauta" para remarcar el hecho de que no creían que aquello fuera debido a algo más a parte de la suerte.
Inútiles.
Él era perfectamente capaz de identificar esas cosas.
¿El valor? El valor era la mirada de ella, llena de desafío y osadía. La mirada que le dirigió a su padre una vez hace años, retándole a ser capaz de lograr algo que pudiera separarlos. El valor era la fuerza con la que apretaba su mano, cada vez que andaban juntos por la calle y alguien intentaba insultarlos, segundos antes de saltar sobre el pobre desgraciado. El valor era el temblor en las piernas de ella, cuando aterrada, avanzó hacia sus padres, dispuesta a devolverles la memoria. El valor eran las lágrimas en sus ojos al darse cuenta de que no lo conseguiría, y que aún así, debía seguir con su vida. El valor era el brillo despreocupado que tenían sus dientes, enmarcando esa sonrisa cada mañana.
Con el miedo siempre había estado más familiarizado. Era el sudor frío que le recorría el cuerpo cuando oía el arrastrar de la serpiente. Cuando veía el rayo verde ser lanzado demasiado cerca de él. El miedo era ese latido que se había perdido cuando la escuchó aullar de dolor una vez. ¿Miedo? Miedo no. Aquello había sido terror. Terror e ira, todo combinado.
Y aunque nadie lo crea, él, el gran Draco Lucius Malfoy, sabía cómo lucía el amor. Sabía cómo era, y a qué olía, e incluso de qué color era. Poetas y escritores, músicos y actores, habían perdido su vida intentando describirlo, intentando dar una imagen aproximada a la realidad sin ser capaces de lograrlo, porque, según ellos, era una idea demasiado abstracta como para que alguien fuera capaz de describirla.
Imbéciles.
Era un trabajo sencillo, aunque a decir verdad, disfrutaba siendo el único capaz de verlo con tanta facilidad. Especialmente por la dulce ironía que implicaba que, alguien tan hosco, brusco e inaccesible emocionalmente como todo el mundo parecía creer, era capaz de apreciar y observar todas esas sutilezas.
¿Amor? Amor era el hecho de que no importaba qué estubiera llevando, podía ser el vestido más elegante del lugar, el conjunto de lencería más provocativo o un jersey rojo y amarillo más grande de lo que ella necesitaría, ella se veía igual de hermosa. Incluso sin ninguna prenda sobre ella se veía hermosa.
Amor era la fuerza que le había llevado a comenzar a tolerar a cara rajada y a la comadreja mujer al menos una tarde a la semana. Era el calor que sentía en su pecho cada vez que la veía entrar a la misma habitación que él. Era el estremecimiento que tenía que retener cada vez que sus manos se tocaban, que sus ojos se encontraban, que sus labios se juntaban.
El amor era lo que había en su voz que la hacía tan perfecta. Tan dulce, tan tranquila, tan orgullosa. Amor era ese abrazo en mitad de la noche, sólo para ahuyentar las pesadillas. Aunque a veces no hubiera pesadillas, y fuera sólo una excusa para tenerla en su cama, abrazada a él toda la noche. Amor era que ella lo sabía, y aún así, fingía no saberlo.
El amor olía a canela, a pergamino de manera intensa y de manera más ligera, a limón. También tenía sutiles trazas de menta, que se habían quedado en ella por haber estado envuelta en sus brazos y en sus sábanas por tantas horas. Y si el amor tenía un color, Draco estaba seguro que era esa tonalidad de chocolate en particular que sus ojos adquirían cada vez que hacían el amor.
— ¡Draco!- llamó Hermione, enderezándose entre las sábanas, con la camisa del uniforme desabrochada- Levántate, vamos a llegar tarde a desayunar.
— Buenos días también a ti, Granger- gruñó él, fingiendo que acababa de despertarse. Estiró su brazo y dió un ligero tirón, volviendo a apretarla contra su cuerpo.- Todavía son las siete de la mañana, el Gran Comedor acaba de abrir. Vamos a dormir un poco más.
— El Gran Comedor acaba de abrir y yo quiero un trozo de pastel de zanahoria- respondió ella, haciendo un pequeño puchero con sus labios que a Draco se le antojó adorable.- Sabes que si llegamos tarde no quedará, y realmente quiero ese pastel.
— Eres insufrible- bufó él, liberándola de su abrazo y dándose la vuelta para empezar a vestirse, al menos, con una bata de baño antes de entrar en la ducha. Hermione sonrió ampliamente y gateó sobre el colchón. La camisa desabrochada cayó a cada lado de su cuerpo, negándose a cubrir lo que para el dueño de la camisa, era la perfección más absoluta.
— Yo también te quiero Draco- contestó divertida, abrazándole desde la espalda y aplastando su cuerpo contra el de él. Draco no pudo reprimir una sonrisa tonta al notar sus pechos contra su espalda y los labios de ella dejar un beso en la comisura de sus labios que se tornó en algo más oscuro al sentir cómo ella clavaba sus dientes en el lóbulo de su oreja derecha. Lamió inconscientemente sus labios mientras ella pasaba la punta de su lengua por el lugar que acababa de morder.- Y buenos días a ti también,.