Diez años atrás, se conocieron tras un desafortunado y cómico accidente.
Candela era la mejor amiga de la hermana de Esteban y la chica con peor reputación del colegio. Él era bastante tímido y cuatro años mayor que ella, por lo que enamorarse de un...
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Mientras desarmaba mi valija para poner las cosas dentro del armario de la habitación de invitados, la abuela me miraba de lado conteniendo su ametralladora de preguntas. Me divertí viendo el modo en que enfundaba sus dientes - postizos, claro -con el labio superior y se frotaba las manos entre sí.
―Dale, dispará. Te morís de ganas de molerme a preguntas.
―Para nada ―Me mostró su palmas levantadas, fingiendo inocencia que claramente perdió ochenta años atrás en alguna colina de los Pirineos.
―Bueno mejor así porque no tengo nada para contar. ―En tono intrigante, la dejé con la duda corroyéndola. Comencé a colgar algunos pantalones en perchas para cuando chasqueó su lengua, anticipándome el aluvión que venía.
―¿Cómo lo encontraste a Esteban? ―Giré, evaluando la pregunta.
―¿Qué cómo lo encontré? Parado como un poste en el sector de llegada.
―No me refiero a eso, tonta ―zarandeó su repasador ―. Quiero decir, si no lo viste más guapo. ¿Viste que ya no usa anteojos?
―Los dejó de usar poco antes de irme de acá, cuando se operó la vista.
―Ah...cierto...pensé que fue después...―suspiró, reprendiéndose por su mala memoria ―. ¿Y viste que ahora está más...hombre? ―Elevó sus cejas.
―Sí, tiene más de treinta. Por supuesto que es un hombre ―le di la espalda con la intención de que no viera el color remolacha de mi cara. Acomodé unas remeras más de la cuenta, ganando tiempo.
―¿Te parece atractivo?
―¡Bea! ―gruñí ―. Yo...yo tengo novio...―No era del todo cierto, pero usar a Mike como escudo era lo mejor para esquivar sus balas.
―¿En serio seguís con ese marmota? ―Puso sus ojos en blanco.
―Marmota o no es el hombre con el que estoy compartiendo mi vida.
―¿Y por qué no está acá con vos, entonces?
―Porque...porque tuvo un viaje de negocios que no pudo posponer. Un asunto de último momento. ―¿Qué le iba a decir?¿Que el muy imbécil olvidó el casamiento de mi mejor amiga?¿Que se cagó en las ganas que yo tenía de venir acá?¿Que demostró una vez más que se miraba el ombligo desde que se levantaba hasta que se acostaba?
―Eso no le quita lo marmota. ―Resumió con sabiduría.
Su cuestionario no se extendió para mi alivio, por lo que las siguientes horas pasamos hablando de sus juegos de ajedrez con Esteban, mis amigas de Londres y mis clases de hockey. Evité decirle, también, que había renunciado de un día para el otro porque algo en mi vida continuaba sin tener sentido.
―Esteban no está más de novio, ¿te lo dijo? ―Sacó el tema de la nada misma, mientras comía unas milanesas de pollo que compraba a su granja vecina. Me puso contenta ver que tenía la alacena llena de productos y la heladera surtida. Esteban la ayudaba con las compras y una emoción especial ajustó mi corazón.