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De más está decir que no solo nos duchamos bajo el agua

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De más está decir que no solo nos duchamos bajo el agua.

En absoluto.

Nos salpicamos adrede, nos besamos bajo el chorro mientras caía entre nosotros y volvimos a tener sexo resbaladizo, peligroso y risueño.

No pude resistirme a tomarla mirándole la espalda; el tatuaje sobre sus vértebras lumbares me dio la mejor visión del mundo, junto al primer plano de su culo. Candela era ruidosa, probablemente la señora Hernández mañana estará golpeando mi puerta para pedirme, con todo respeto, que la próxima vez le tape la boca a mi amante.

Por suerte nunca vino a quejarse por esa clase de ruidos, porque tal como dije a Cande, jamás traje a una mujer acá después de Guadalupe. Incluso, a ella mucho no le gustaba este departamento. Se quejaba de la cama incómoda, del ruido del ascensor que se filtraba por las paredes y también por el chirrido de las sillas del piso de arriba.

Mi relación con ella, sin embargo, no era tan molesta. Nos conocíamos mucho y éramos muy parecidos en el carácter y en nuestros puntos de vista. Según mi hermana, era muy aburrida. Como yo.

El compromiso se dio como algo...natural. Llevábamos muchos años de noviazgo y su padre, exmilitar y ultracatólico, a menudo me tiraba la patada para que "sentara cabeza".

Ese precisamente no era el problema. Yo siempre supe que en el momento en que encontrara mi alma gemela, la mujer por la que perdería la cabeza, le pediría casamiento. No importaría si la conocía en una noche o me tomaba diez años convencerla.

Con Guadalupe, lo hice solo por hacer lo correcto.

En ese entonces tenía 28 años, una carrera como pediatra y ganaba un salario aceptable. Alquilaba, sí, como muchísimos argentinos, pero eso no era un problema. Vivir juntos tampoco fue una opción: si bien habíamos tenido relaciones extramatrimoniales, ella era persuasiva con los pasos a seguir: casamiento, mudanza, hijos...

Ambos estábamos en la misma sintonía y yo realmente la quería...pero me faltaba algo. Ese hechizo. Ese bombeo frenético de mi sangre cuando la veía.

Sí, me excitaba con ella. Me atraía físicamente...y nada más: era la reacción lógica ante una mujer bonita y con un cuerpo muy agradable.

Nuestro sexo era vainilla. Guadalupe no sugería experimentar fuera de lo tradicional y yo no me sentía cómodo proponiéndoselo.

Nuestra relación era rosa, desde todo punto de vista.

Hicimos la lista de invitados para la boda, me endeudé hasta las manos tratando de complacer gustos que no sabía que tenía y lo que se planeó como un proyecto sencillo e íntimo para que la pasemos bien, terminó siendo una cosa monumental, con el doble de invitados que los originales y con un vestido traído del exterior porque los de acá eran muy "cachis".

Yo cedí creyendo que, si eso la hacía feliz, yo también lo estaría...

Sin embargo, desde que vi a Candela en el aeropuerto, desde que escuché sus risotadas nuevamente y desde que le di un beso diez años después de aquella noche en el boliche, supe que mi felicidad plena se encontraba junto a otra persona.

"En lo profundo de mi alma" - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora