Diez años atrás, se conocieron tras un desafortunado y cómico accidente.
Candela era la mejor amiga de la hermana de Esteban y la chica con peor reputación del colegio. Él era bastante tímido y cuatro años mayor que ella, por lo que enamorarse de un...
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Yo era el tipo de usuarios de redes sociales que posteaba una foto cada mil años, compartía alguna que otra publicación de mis clases de taekwondo en el club de Sebas y era etiquetado contra mi voluntad por parte de mis contactos.
No es que tuviera muchos, pero sí lo suficientes como para que alguien pudiera rastrearme si quisiera. En mi caso, me había armado un Facebook básico para seguir el rastro de Candela.
Tan loco como eso.
Durante el primer año en que estuvo en Londres, esperé tener noticias de ella, que me contactara por el chat privado o que me solicitara amistad. Nada de eso sucedió. Dejé de prestarle atención a las redes por un tiempo, mucho más teniendo en cuenta que estaba de novio, por lo que esa pequeña obsesión por la amiga de mi hermana terminó.
O eso creí.
Años después, Marisol subió fotos del viaje que hizo a Londres junto a Pedro. Nunca voy a olvidar cómo se estrujó mi corazón cuando vi a Candela con otro hombre, posando con mi hermana y su pareja con la abadía de Westminster por detrás. De inmediato supe que ese arrebato en los baños del boliche donde festejaron su fin de curso y en el que me confesó su virginidad, no había sido más que uno de los mil caprichos de niña rica y consentida que se le habían subido a la cabeza.
Nunca hice caso a su reputación de "ligera" , del que ella protestaba.
Era un torbellino de actitud, rápida de respuestas y siempre tenía la última palabra. Podía entender los rumores que la ponían como una chica lanzada y aventurera. Mi hermana la defendía a capa y espada; la escuché decirle a mi papá que no podía creer que la tildaran de puta en el colegio.
La noche que la oí, tuve ganas de salir corriendo, tocar la puerta del caserón enorme donde vivía y decirle que nadie hablaría mal de ella nunca más.
¿Pero qué derecho tenía yo sobre ella? Era una chica de 17 años y yo un flaco de 21 que recién salía del cascarón y estaba noviando con otra chica. La doble moral me carcomía.
No me fue indiferente el modo en que Candela miraba a mi novia cuando coincidían en mi casa: prácticamente la incendiaba con sus ojos. Yo simplemente lo atribuía a que se sentía amenazada por el sexo femenino, dada la exigencia de su madre y la mala relación que tenía con las otras chicas del curso, a excepción de Marisol.
―¿Adónde te llevo? ―le pregunté, enfrascado en la autopista.
―¿Te acordás dónde queda la casa de mi abuela?
―Sí, por supuesto. Todas las semanas voy a jugar ajedrez con ella.
―¿¡Qué!? ―Giró el cuello como Linda Blair en "El exorcista".
―Eso, Bea y yo seguimos hablándonos.
Su boca se abrió, queriendo esbozar palabras que no salieron. Miró hacia el frente, procesando que yo aun mantuviera contacto con su abuela.