17

762 115 35
                                    

Cuando la secretaria me dijo, minutos antes de marcharme del centro pediátrico, que Candela había estado aquí y que ella no me avisó por "considerarlo inapropiado", vi rojo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Cuando la secretaria me dijo, minutos antes de marcharme del centro pediátrico, que Candela había estado aquí y que ella no me avisó por "considerarlo inapropiado", vi rojo. Como pocas veces en mi vida.

Advirtiéndole respetuosamente que era la primera y última vez que tomaría esa clase de decisiones por su cuenta, debí reponerme a su labio tembloroso. Mis sospechas por el interés amoroso que tenía en mí se confirmaron. Y no me gustó para nada.

Saber que Cande viajó para buscarme me calentó el pecho. Yo no le era indiferente, al menos, no del todo.

Tras un caluroso saludo llegamos al gimnasio donde algunos de los muchachos se encontraban entrenando. Era un enorme local que ocupaba dos parcelas, en el cual se dictaban clases de boxeo, defensa personal a cargo de Trini, y por la mañana, crossfit. Yo impartía clases de taekwondo en tanto que otra de las profesoras, utilizaba las locaciones para yoga femenino. Era una estrategia pensada por Dani: mientras las madres se desconectaban del mundo, sus hijos aprendían destrezas marciales.

Si bien los salones de ejercicio estaban conectados por la recepción, los ambientes se separaban; los niños no tenían contacto con las disciplinas de los adultos, de no ser por yoga.

Avancé por entre los cuadriláteros y las máquinas, siempre hacía mi recorrida saludando a Sebastián, por lo general, el primero en llegar y hablar con Cuqui, la señora encargada del bufete.

―¡Qué sorpresa verte por acá! ―Sebastián saludó a Candela. Luego hizo lo propio conmigo. Ella le respondió el saludo y procedí a presentarle a la añosa mujer detrás de la barra.

―Cande, ella es Cuqui, es quien nos mantienen bien alimentados.

―Hola, mucho gusto. Soy Candela, amiga de la familia Rossini.―Saludó, amable. Lamenté que no dijera "soy la novia de Esteban", pero me lo guardé para mí.

―Hola querida, el gusto es mío. ¿Qué te trae por aquí?

―Mmm...en realidad, estoy de casualidad. Quise invitar a cenar a Esteban, pero no recordaba cuándo tenía sus clases. ―Levantó los hombros, Sebastián relamiéndose y mirándome. Miré mi reloj, estaba un poco demorado.

―Cande, voy a estar del otro lado, decíle a Sebas que te acompañe al salón de taekwondo, ya me tengo que cambiar. ―Le di un beso casto en los labios y me fui antes de que se arrepintiera de mi gesto.

Quince minutos más tarde, mis alumnos estaban frente a mí, hablando e imitando las últimas posturas aprendidas. Era un grupo de diez niños de entre seis y ocho años, muy parlanchín y atento. Ocho eran varones y dos, niñas.

Adorables, lo preguntaban todo, raramente se quedaban callados.

―Bueno, ahora cada uno se ubica en su lugar ―Batí palmas e indiqué antes que el bullicio fuera peor. Al fondo del salón, unas largas bancas permitían que los familiares de los niños pudieran presenciar la clase. Generalmente, eran las mismas madres de siempre.

"En lo profundo de mi alma" - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora