Giku el gato (El presente. Otoño de aquel mismo año)

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-Yo no soy ni un gato ni un animal de compañía. Soy un undarikiana, un inmortal de las Tierras Superiores. Un tipo de duende primo-hermano de los que habitan en Kilion -empezó a decir el gato, ante el gran asombro de Juan-. Y si bien los humanos me conocen por la forma griega de mi nombre, Glaucopis, mi gente solía llamarme por su abreviatura en mi idioma, Giku, que significa en tu lengua «el de los ojos brillantes».


-¡Tengo un duende! -exclamó Juan sin poder contener la emoción.


-No te embales, Juan. No soy de tu propiedad, ni de la de nadie. Soy tan libre como tú.


-Libre, libre... yo no diría tanto -intervino el otro duende, al que Giku llamaba Hul-. Que yo sepa, tienes prohibido el descenso a Kilion desde que...


-Sí, sí. No necesitas recordármelo.


-¿No puedes entrar en Kilion? ¿Por qué? ¿Qué te pasó? -preguntó Juan con gran curiosidad.


-Nada que deba ser recordado ahora -respondió Glaucopis-. Ya me parece demasiado que sepas que, en realidad, no soy un animal doméstico.


-Bueno, pues ahora que está todo aclarado, toca hablar de negocios -dijo el otro duende-. Pero empecemos por las presentaciones: como ya has oído, a mí me llaman Hul. Soy un guardián de la puerta de Válorix y antiguo compañero de fatigas de Giku. Pero como puedes ver parece que ya ha olvidado nuestra larga amistad.


-No la he olvidado, pero ahora cada uno tiene sus deberes y obligaciones -replicó a su provocación.


-Justo de eso quiero hablar. De los deberes y obligaciones de cada uno. Y para cumplir con las que me atan a mis amigos necesito tomar prestado tu libro, pequeño humano. Pero, por supuesto, lo haré con tu permiso y luego lo devolveré.


-No era eso lo que pretendías hace un rato -dijo el gato con sorna.


-Sí, ya he visto lo que ha pasado. ¡Querías robarlo! -replicó Juan frunciendo el ceño.


-Robarlo, robarlo... -quiso matizar Hul.


-Tomar sin permiso, entrando a escondidas en una casa ajena y pretender llevarse lo que no es suyo... -le interrumpió Giku con una leve sonrisa-. Eso es lo que se suele llamar robar, ¿no?


-A ver, a ver, a ver... centrémonos, que nos estamos dispersando con detalles sin importancia -replicó Hul-. No nos perdamos en lo que pudimos o podríamos haber hecho. Lo más importante es lo que podemos hacer para sortear el desastre que se avecina. Y en ese libro se encuentra la clave para evitarlo. Si permites que me lo lleve, mi joven humano, yo mismo me encargaré de este desagradable asunto y ninguno de los de tu especie correrá peligro alguno.


-¿Sabe Áhigal, el cuervo, lo que pretendes hacer? -preguntó Giku.


El silencio y la mirada al suelo de Hul desvelaron toda la verdad sin necesidad de que este tuviese que responder.


-Ya veo -continuó el felino-. ¿Eres al menos consciente del riesgo que corres ayudando a los humanos? Podrías acabar como yo si alguien se entera de lo que pretendes hacer.


-¿Crees que no lo sé? ¿Acaso tú no corriste el mismo riesgo por ayudar a tus amigos?


-Y así acabé.


-Sí. Y, aun así, estoy seguro de que lo volverías a hacer. Yo pretendo hacer lo mismo que tú. Ayudar a una amiga.


-Ella no corre peligro. Son más bien los que caigan bajo las fauces del dragón quienes lo corren. Además, ella volverá a recuperar su naturaleza original cuando quien la utiliza haya alcanzado sus propósitos.

El libro del búhoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora