PRÓLOGO

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Año 2440

Con mucho cuidado, Evelyn consiguió abrir una de las pesadas puertas metálicas dobles de su habitación. Se preguntaba si Atticus las habría instalado allí a propósito para que resultara más difícil merodear por el palacio de noche. Después de todo, no había nada que le gustara más que tenerla pendiente de él. Un bonito adorno colgado de su brazo.

Suspiró aliviada y cerró la puerta con cuidado. Su pulso se había calmado: creía estar a salvo. No obstante, cuando oyó la voz que la atormentaba en sus pesadillas —la voz del hombre que se lo había arrebatado todo—, soltó un grito ahogado. El corazón empezó a latirle con fuerza y las manos comenzaron a temblarle a causa del miedo. Al igual que una cerilla que alguien arrojara a un pozo de gasolina, el corazón se le volvió a acelerar, veloz como un fuego descontrolado. Las manos le temblaban, sacudidas de miedo y frías como el hielo. Se las llevó a la espalda para que él no lo viera. —¿Dónde has estado? —preguntó Atticus con expresión neutra, aunque fría.

Evelyn levantó la vista, horrorizada por lo que estaba a punto de suceder y sin saber cómo ofrecerle una respuesta plausible y satisfactoria. Escudriñó su rostro en busca de una expresión reveladora. Ira o decepción, pero no la encontró. Tenía el ceño ligeramente fruncido, ocultando algo que ella no era capaz de interpretar. Incluso al cabo de todo ese tiempo seguía siendo un misterio para ella. Entre ellos se alzaba un muro que era incapaz de derribar.

Respiró hondo, consiguió reunir el coraje para levantar la vista y mirarlo a los ojos. Dejó que la puerta se cerrara tras ella y entró en la oscuridad de su dormitorio, iluminado únicamente por la luz de una luna creciente. Se dio cuenta de lo mucho que la escena se parecía a la de una película de terror. Atticus estaba de pie al otro lado de la habitación, junto a los grandes ventanales. La luz de la luna iluminaba su figura y proyectaba una larga silueta sobre el suelo negro y brillante. Todavía no habían encendido las luces, por lo que su cara quedaba medio oculta tras las sombras, pero, aun así, ella notó que tenía el ceño fruncido. —Yo... —Su voz era un susurro. —No mientas. Dime la verdad, Evelyn.

La chica apoyó la espalda contra la pared, tentada a salir corriendo, pero la parte lógica de su cerebro le recomendó lo contrario. No sólo no podría superar nunca la velocidad de un vampiro, sino que, además, ahora que todo su cuerpo

temblaba tanto, ni siquiera tendría fuerza para abrir de nuevo las pesadas puertas metálicas.

Hubo una larga pausa y, cuando Atticus decidió que Evelyn no iba a darle la respuesta que de todos modos ya conocía, cruzó de dos zancadas la estancia para colocarse frente a ella. Con delicadeza, le recorrió las mejillas con el dedo índice. —Estás fría. —He salido a dar un paseo por los jardines. Para aclararme las ideas.

Atticus rio. Era una risa tierna, y hasta habría resultado agradable de provenir de los labios de cualquier otra persona que no fueran los suyos. —Te he dicho que no mientas —rugió de repente.

Tomó la mandíbula de Evelyn con una mano. Por puro instinto, ella se apartó, pero la fuerza de un humano no se podía comparar con la de un vampiro. El arrollador deseo de salir de allí crecía más y más a cada segundo que pasaba. —Sé dónde has estado y también con quién —le susurró él al oído con severidad —, ¿acaso me tomas por tonto? No hizo ningún esfuerzo por ocultar la rabia que empezaba a hervirle la sangre mientras presionaba su cuerpo contra el de ella.

Evelyn casi pudo sentir cómo la Oscuridad se apoderaba del cuerpo del vampiro y tomaba el control de su mente; el veneno que iba unido a su inmortalidad. Cuando se convirtió en vampiro, abrió su alma a poderes inimaginables, pero también se volvió débil a los males que acechaban en las sombras, buscando la manera de entrar. Y después de milenios, daba la impresión de que había cobrado vida propia.

Había dos Atticus: el que le había mostrado bondad y compasión y el que la aterrorizaba hasta lo impensable.

«Estar con Atticus es como estar con un león hambriento. Debes calcular muy bien cada uno de tus movimientos, porque sería capaz de destruir todo lo que amas simplemente con chasquear los dedos.» Las palabras de su querido Hansel resonaban en la cabeza de Evelyn. Se mordió la lengua para resistir el impulso de discutir.

Sabía que combatir a Atticus con fuego sólo tendría como resultado un fuego aún mayor. Un peligro al que no quería volver a enfrentarse. En otro momento no le habría importado, pero en ése en concreto sabía que tenía mucho que perder. Si sus palabras eran ciertas y sabía realmente dónde y con quién había estado, entonces también estaría enterado de lo que estaban tramando. Había muchas vidas en juego, Evelyn era consciente de ello. Y, por el bien de la gente a la que amaba, la joven humana combatió sus ganas de defenderse y le permitió apoyar la cabeza contra su cuello.

Atticus inhaló el perfume que emanaba de su cuerpo mientras respiraba agitadamente. —¿Cuántas veces tengo que decirte que no te está permitido tocarlo, ni siquiera pensar en él? Eres mía, Evelyn, acéptalo. Eres mía y sólo mía. Ella se estremeció. No quería ser suya.

Un amor oscuro y peligroso- Almas MortalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora