Capitulo 13

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Atticus Nocturne Lamia había sido testigo de tres milenios diferentes. Era uno de los vampiros más antiguos que existían.

Era uno de los Siete.

También era el hombre más poderoso del siglo XXV.

En los más de dos mil años que llevaba con vida —o no muerto—, había sufrido cada tipo de dolor conocido por los habitantes de la Tierra. Físicos o anímicos, Atticus los había experimentado todos, pero ninguno era comparable con el de un corazón roto. Solamente se lo habían destrozado una vez antes, pero de eso hacía ya mucho tiempo...

Era algo indescriptible. Que la persona a la que más querías te arrancara el corazón del pecho era una de las peores cosas que alguien podía experimentar en la vida. Además, dicha experiencia había traumatizado a Atticus y lo había perseguido durante siglos, algo que había acabado por alterar drásticamente su carácter.

Había sido siempre uno de los vampiros más poderosos del mundo. Dinero, influencia y un físico espectacular.

Los hombres querían ser como él y las mujeres querían estar con él. Había muy pocos motivos por los que una mujer habría rechazado al popular Atticus Nocturne Lamia.

Que las féminas se arrojaran a sus pies era sólo una de las recompensas que acompañaban al título de rey del mundo.

Tenía el planeta en la palma de la mano y sería capaz de entregárselo a Evelyn en bandeja si ella lo aceptara. No había nada que no fuera capaz de hacer por ella.

Atticus albergaba sentimientos tan profundos por la chica que iban más allá de su entendimiento. Y hacía muchos siglos que no sentía algo igual. Quizá fuera porque no se mordía la lengua, por su honestidad, por su belleza o por esa aura cautivadora. O tal vez por su naturaleza compasiva, por su energía, tan vital y llena de luz.

Era como si ella sola pudiera iluminar todo su oscuro mundo de soledad. Y a cada día que pasaba, Atticus se enamoraba más y más de ella. Con un gran suspiro, echó la cabeza atrás y tomó un largo trago de la botella de whisky que se había llevado de la mansión.

La hija de Jonathan Blackburn le había robado el corazón, y él a cambio había robado una botella de la bodega de su padre. No era una venganza tan terrible,

¿no? —Qué ironía... —murmuró para sí mientras las palabras de Evelyn retumbaban en sus oídos: «¡Mátame!». La mirada de asco y de ira en los inocentes ojos de la chica lo perseguiría hasta el fin de sus días—. ¿Es que no te das cuenta de lo mucho que significas para mí? —susurró antes de dar otro trago al licor.

Mientras el líquido bajaba por su garganta y le quemaba el estómago, notó el poder del alcohol surtiendo efecto en todo su cuerpo, embotando sus sentidos y librándolo de las heridas intangibles que Evelyn le había infligido. Quería llorar, gritar, salir corriendo y matar a todos los humanos que encontrara a su paso. Su cuerpo tenía ganas del dulce sabor de sangre humana fresca y de tener en sus manos la vida o la muerte de alguien.

Desde la cima de los acantilados, Atticus veía el sol del atardecer desplegar sus rayos anaranjados sobre las luces del pequeño pueblo en el que Evelyn había crecido. Con sus poderes vampíricos, casi podía oír las risas de los cientos de personas que habitaban esa localidad humana.

Sabía que ella había pasado toda su vida allí. Jonathan Blackburn era un padre protector que valoraba la seguridad de sus hijas por encima de todo. Llevaba escondiéndolas de los vampiros y otras criaturas sobrenaturales desde que Nora y Evelyn nacieron.

Justo allí, en ese mismo pueblo, vivía todo el mundo que Evelyn había conocido y apreciado alguna vez. Una ráfaga de furia recorrió el cuerpo de Atticus al pensar que los humanos inútiles de ese estúpido lugar poseían la única cosa que deseaba de veras y no podía obtener: el amor de la chica.

Un amor oscuro y peligroso- Almas MortalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora