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KATERINA ESTABA SENTADA dentro de una alcoba en la azotea de un almacén abandonado, con los ojos mirando hacia las calles de abajo. A su lado estaba sentada Lillian, que se retorcía las manos nerviosamente de una manera muy humana. Los ojos de la chica miraban ansiosamente a su alrededor como si esperara que alguien los atacara en cualquier momento.
—Puedes relajarte, yo podría sentir si alguien se acerca demasiado– dijo Katerina mientras miraba a la joven.
Las cejas de Lillian se arquearon ante su confianza, pero Katerina aún podía ver la incredulidad en sus ojos. Ella suspiró.
—A medida que envejecemos, nuestros sentidos se vuelven más sintonizados. Los recién nacidos luchan porque todo es tan nuevo; todo está marcado hasta cien.
Lillian asintió, entendiendo su razonamiento. Su mente había estado en un remolino desde que se había despertado y la información del mundo que la rodeaba era demasiado a veces.
Se hizo un silencio entre los dos nuevamente y cuando Katerina miró su reloj, decidió que ahora era el momento de hacer algunas de sus preguntas más urgentes.
—¿Quieres pelear?– preguntó ella sin rodeos.
Lillian se volvió hacia Katerina y sacudió la cabeza frenéticamente, con los ojos muy abiertos ante la idea de pelear. Katerina estaba complacida con la respuesta de la niña y le dio una sonrisa tranquilizadora.
—Eso es bueno. No tendrás que hacerlo– le aseguró. —¿Crees que puedes responder algunas preguntas para mí? Quien te creó viene por mi familia, y debemos estar preparados.
Lillian se mordió el labio y asintió de nuevo. Katerina notó que la chica no era muy habladora y se preguntó si esta era su personalidad normal o si estaba demasiado asustada para hablar.
—¿Cuántos de ustedes están ahí?
Lillian pensó por un momento antes de responder. —25, creo, quizás 30.
Katerina tomó eso en consideración y empujó el preocupante tamaño al fondo de su mente. Sabía que su familia tendría una batalla seria en sus manos con una cantidad tan grande de recién nacidos.
—¿Quien te creó?
Lillian se negó a mirarla a los ojos, pero Katerina pudo ver el miedo que tenían. —No sé quién nos convirtió... pero Riley es el que está a cargo– admitió en voz baja.
Katerina tomó nota mental del nombre, pero no le sonó. —¿Riley te deja salir a menudo?– ella preguntó.
A Katerina le pareció extraño que a los recién nacidos se les permitiera tal libertad en caso de que alguna vez decidieran huir. ¿Seguramente este Riley anticipó tal problema?
—No, pero a veces hace que los grupos salgan a buscarlo. A veces salimos a comer... pero nunca es suficiente– respondió débilmente, frotándose la mano por la garganta.
