POV Narradora
—¡Ya, ya, ya!— susurró-gritó la peliblanca mientras movía su cabeza en dirección a la puerta destrozada (gracias al rubio cenizo). Entraron ambos de manera sigilosa pero acelerada.
—¡Policía, quietos!— dijo Gold como parte del formato que debían seguir obligatoriamente. Después de unos minutos de apuntar el arma hacia al frente y ver que no había nadie, se dirigió a la planta alta.— Iré a checar arriba.
—Sí.— la peliblanca seguía apuntando su arma al frente y mirando cada esquina y rincón de la casa, buscando algún indicio que le dijera que su instinto sobre aquel pelinegro era cierto y no sólo suposiciones de una loca.— Vamos, vamos... Sé que escondes algo.— susurró nuevamente la de ojos color miel. Su mirada no podía estar quieta, miraba de un lado al otro hasta que se posó en un pedazo de papel.—¡No hay nadie aquí, Meg!— escuchó gritar a Gold desde la planta de arriba. No respondió. Se acercaba poco a poco al pedazo de papel.— ¿Meg?— los pasos del rubio se escuchaban cómo bajaban rápidamente las escaleras.
La mujer tomó el papel entre sus delgados dedos y lo desdobló con delicadeza.
Comenzó a leer el papel y abrió sus ojos al mismo tiempo que arrugaba la cara en confusión.
—¿Qué...?
"¿De verdad creíste que los salvarías? Demasiado tarde..."
La de ojos color avellana claros bajó el papel y lo dejó justo como lo había encontrado. Su confusión estaba claramente reflejada en su expresión. ¿Muy tarde? ¿Cómo es que sabía que irían?
Comenzó a girar su rostro hacia cada dirección de la casa de manera desesperada, hasta que en la izquierda se encontró con el espejo, pero en él estaba dibujado unas marcas con un intenso color rojo. Arqueó su ceja.
—¿Williams, qué pasa?— preguntó nuevamente el de cabello cenizo, recibiendo un chitón por parte de la mujer.— Joder, Meg, ¿qué tienes?
Se acercó más y más hasta que logró ver bien lo que había en aquel objeto.
La de pelo blanquecino soltó una exclamación al mismo tiempo que apretaba sus puños con fuerza. El arma temblaba en su mano por la fuerza aplicada.
—Hijo de puta... Lo sabías...— murmuró Meg al mismo tiempo que sentía la ira crecer dentro de su ser. Había dos fotos y otro mensaje escrito con sangre.
Gold se desesperó de no recibir ninguna respuesta por parte de su compañera, se acercó más al espejo y miró perplejo las fotografías.
—Gold... Se los llevó...
Las fotos eran de Freddy y Golden. Cada una de las fotos mostraba a cada adolescente tirado en el suelo sin ropa, mostrando las marcas de golpes y maltrato por todo su cuerpo, las costillas que se les marcaban en sus costados, y encima de la fotografía, en la parte de sus rostros tenían dibujada una sonrisa con sangre.
"Yo los voy a cuidar muy bien..."
Ambos policías se quedaron en silencio, en shock mirando las fotografías, pero sobretodo el más sorprendido y asustado era Gold.
La albina lo notó y su rostro demostró cierta lástima por su compañero. Ella sabía que Gold quería mucho a Golden, era como su hermano pequeño, y ahora saber que está en manos de un psicópata era bastante doloroso. Tal vez unas palabras alivianen el ambiente.
—Gold, lo sie...
—¡Llama a los putos refuerzos pero ya, Williams!— la de ojos avellana retrocedió un poco y solo asintió, después tomó su walkie-talkie.