2. Enigma

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Capítulo corregido

Ada Lancaster

Quince minutos conté desde que había despertado, no había abierto los ojos, simplemente me mantuve sin hacer ningún movimiento que delatara que estaba despierta, escuchaba voces lejanas, como si estuviera en una habitación lejana a esas personas.

Abrí mis ojos al sentirme irritada, los froté un poco tratando de acostumbrarme a la luz de la habitación. Pude ver que era un tipo de consultorio clínico en color verde claro. Intenté levantarme de la camilla en donde estaba recostada, pero una aguja conectada a mi brazo me detuvo.

Justo cuando estaba por retirarla yo misma, una enfermera entró.

—¡Doctor Corrigan, la chica despertó!— La miré con desconfianza, ella me miraba como si fuese un espécimen raro que se exhibía en el circo.

—Gracias Laura, puedes retirarte.— la chica se fue, dejando en su lugar a un hombre mayor con una bata blanca y de apariencia elegante —Hola Adabelle, ¿cómo te sientes?— lo miré sin decir nada —es normal que te sientas extraña el primer día, pero ya verás que con el transcurso del tiempo, todo va a mejorar para ti.

Él se acercó a mí y después de revisar mis signos vitales, retiró la aguja de mi mano con cuidado.

—¿Quieres conocer tu habitación?—lo miré sin dar una respuesta —Ada, si queremos que esto funcione debes cooperar,— nada de nuevo, él suspiró y me miró por sobre sus lentes —está bien. Vamos, te llevaré yo mismo allá.

Lo seguí por un pasillo largo y limpio, por los grandes ventanales podía ver un jardín amplio y colorido lleno de flores, allí, algunas personas con uniformes azules hacían diversas actividades. Estábamos en un tercer piso y de repente me pregunté qué tan viable sería lanzarse desde esa altura.

—Hemos llegado.— señaló él cuando estuvimos en un edificio diferente, frente a una puerta en el segundo piso —Esta será tu habitación,— abrió la puerta —como ves, no tendrás que compartirla con nadie, es exclusivamente tuya. Hay una ventana que podrás abrir cuando quieras si necesitas aire fresco— miré por la ventana, los barrotes de seguridad no me impedían ver la maravillosa vista de un frondoso bosque no muy lejano.

>>Bien, ahora sí, te diré las reglas que tenemos aquí y que todos debemos seguir para mantener el orden. Primero que nada, no debes salir de aquí después de las nueve treinta de la noche, las puertas deben estar cerradas totalmente. Las luces se apagan a más tardar a las diez. Este es el edificio uno y en el que estábamos antes es el cero, está rotundamente prohibido visitar el edificio dos, es para pacientes más... especiales. Y finalmente, tienes totalmente prohibido el salir de este centro, aunque creo que eso es demasiado obvio. ¿Dudas?— negué.

Lo miré alzando mis cejas cuando extendió una tableta electrónica en mi dirección.

—Es para que te comuniques, tu madre la envió, sólo tiene esa función, entonces espero que la uses para bien.

—"Sí, gracias"— escribí una vez que la encendí, con una mueca de fastidio.

—Sé que no estás feliz aquí, Ada, pero mira el lado bueno, nosotros vamos a ayudarte, y pronto estarás de nuevo en casa. Ahora, ¿quieres dar una vuelta por el centro para conocerlo o prefieres quedarte aquí?

—"Aquí".

Él se acercó un poco y lo miré alarmada y disgustada a la vez.

—"Distancia de seguridad, por favor"— redacté y se lo mostré rápidamente.

—Oh, sí, lo siento. Por cierto, no me presenté,— dijo abriendo la puerta —soy Steve Corrigan, y seré tu doctor durante este proceso, puedes confiar y contar conmigo para lo que quieras. Puedes descansar hoy, mañana le pediré a uno de tus compañeros que te asesore para que conozcas nuestras instalaciones.

—"Bien"— me limité a escribir con pereza.

El hombre se retiró inmediatamente después y lo agradecí, miré la cama, sobre ella estaban cuatro uniformes iguales a los que le había visto usar a los demás abajo, sólo que estos tenían mi nombre junto al logo del hospital.

Suspiré profundamente, estaba decidida a no lamentarme ni llorar más por situaciones que no lo merecían.

Llorar era para las personas que no sabían resolver sus problemas. Seguramente yo era una de esas personas, pero en ese punto ya todo me daba bastante igual.

Me acerqué a la ventana y me senté sobre la cornisa interior que sobresalía, me concentré en la inmensidad del bosque frente a mí.

Minutos, o tal vez horas después, pude ver movimiento a lo lejos. Lo que llamó mi atención fue que era alguien que usaba el mismo uniforme que todos los que estábamos en aquel lugar. Enfoqué mi vista llena de curiosidad. Era un hombre, de eso no había duda, cuando se acercó más, pude ver su rubio cabello peinado con elegancia.

Desapareció por unos minutos y creí que eso sería todo. Hasta que lo vi justo debajo de mi ventana, pude detallarlo. Alto, cabello rubio y cuerpo medianamente robusto.

Pude haber continuado mi inspección, si no hubiera sido porque él miró repentinamente en mi dirección, como si pudiera verme, aunque era prácticamente imposible.

Pude haber continuado mi análisis de no ser porque él sonrió de lado, una sonrisa escalofriante y perfecta que me obligó a retirarme de la ventana. 

Cuando dejes de amarme ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora