Prólogo

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Capítulo corregido

En un despacho a las afueras de la ciudad, perteneciente a la familia Lancaster se encontraban tres personas, dos de ellas por voluntad propia, la tercera, más que nada por obligación.

—Entonces el acuerdo está firmado— musitó uno de los mayores —todo está hecho, y recuerden, todo debe ir de acuerdo al plan.

—Por supuesto, Frederick. Somos hombres de palabra—, afirmó el hombre pelirrojo —así que no debes preocuparte por nada. Tu princesita estará bien, tú tendrás la información que quieres y nosotros salvaremos nuestra deuda contigo— el más joven los miraba desinteresado, realmente no quería estar allí.

—Espero que así sea. Muchacho, sabes lo que harás, ¿verdad?— preguntó.

—Sí, lo sé— habló el rubio por primera vez.

—¿Puedes repetirlo? Quiero saber que te quedó bien claro— el menor rodó los ojos, estaban acabando con su paciencia al tratarlo como a un vil perro.

—Por supuesto— aceptó al ver la mirada de su padre. —Van a encerrarme en un lugar para inestables, el cual, por cierto, le pertenece a mi madre, en el debo acercarme a una chiquilla a la que, según eso, algo le pasó, pero no hay nada claro, por lo que quieren que ideé algo para ganarme su confianza y que me cuente todo, y así descubrir si realmente fue algo malo o simplemente es otra niña mimada que requiere atención de sus papis. Aunque no sé cómo diablos haré eso si ella es una muda que ni siquiera habla desde el supuesto "accidente".

—Cuidado con la manera en la que te hablas sobre ella, es mi hija— añadió el dueño del despacho. —Aunque veo que tienes claro lo que debes hacer.

—Lo que no entiendo porque debo entrar meses antes que ella, ella es una loca neurótica que cree que algo le pasó. La que necesita atención psiquiátrica es ella, no yo.

—Hades, cállate— regañó su padre. —Harás esto porque tenemos un acuerdo, y sabes que no puedes no hacerlo. Así que no seas un puto cobarde y obedece. Sabes que tenemos una deuda que saldar.

—No pretendas que no me moleste, vas a encerrarme como a un puto perro por algo que ni siquiera me concierne a mí. Tengo veinticuatro años, no puedo creer que sigas creyendo que tienes algún poder para decidir sobre mi vida.

—Silencio— interrumpió el señor Lancaster —si quieren pelear, háganlo en su casa, aquí no van a venir a sacar sus mierdas— suspiró acomodando su cabello. —Ya que todo está claro, les pediré que se retiren, mi hija vendrá a visitarme y está por llegar, no quiero que los vea aquí— se dirigió a la puerta acompañando a los otros. —El lunes a primera hora deberás estar listo, no quiero contratiempos, ¿entendido?— el menor asintió, molesto.

—¿Cómo dijo que se llamaba la chica?— preguntó con sorna.

—Ada. Adabelle Lancaster. 

Cuando dejes de amarme ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora