15. Confesiones

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Capítulo corregido

Adabelle Lancaster.

No podía decir que no me encontraba nerviosa.

Hades me había citado y estaba con la expectación de lo que sucedería.

Caminé felizmente por el pasillo, tarareando una canción que se había quedado en mi mente gracias a Clarisse, quien por cierto, había vuelto a ser la misma de siempre.

Cuando pasaba por el consultorio de Steve, escuché un grito seguido de una puerta siendo azotada. Miré sorprendida cómo un joven pasaba malhumorado frente a mí dando largas zancadas.

—¡Jason!— El grito de mi doctor me hizo respingar.

Segundos después, Steve salió a perseguir al hombre con una mueca estresada.

—Vuelve aquí, Jason.

—Usted y sus órdenes pueden irse a la chingada— se detuvo y Steve lo miró enojado pero triunfante, hasta que el hombre continuó —o puede metérselas por el culo.

Lo miré sorprendida soltando un jadeo, jamás había escuchado a nadie dirigirse así a alguien de aquí.

—Jason— prosiguió Steve intentando razonar con él —entiendo que esto puede ser difícil para ti, pero si no cooperas sólo lo complicas.

El chico -al parecer, Jason- ignoró monumentalmente a Steve siguiendo su paso. Cuando volvió a pasar frente a mí, nuestras miradas se cruzaron por unos segundos.

Sus ojos negros me causaron escalofríos.

Tal vez fue mi imaginación, pero podía jurar que vi el atisbo de una sonrisa aparecer en sus labios antes de que apartara la vista.

Confundida, me despedí de Steve con un asentimiento, quien me miró frustrado pero finalmente me dio una sonrisa cálida que correspondí.

Llegué al espacio de Hades, había decidido llamar así a la pequeña casita que Steve le dejaba ocupar de vez en cuando. Toqué suavemente y pude escucharlo moviendo cosas dentro. Unos segundos después, abrió la puerta con una sonrisa.

Me quedé sin respiración.

Jamás lo había visto vestido con nada más que el uniforme del centro, así que la vista de un Hades usando un pantalón de mezclilla y una camisa negra con los primeros botones desabrochados me dejó sin habla.

Además su cabello lucía desordenadamente peinado, como si hubiera pasado sus dedos por él innumerables veces.

Dios, yo quería verme así de bien en un atuendo casual.

Era guapísimo.

—Hola— su saludo interrumpió mis pensamientos que habían comenzado a tornarse extraños.

—¿Eh?— genial —ah, hola.

Abrió la puerta para mí, pero me quedé en mi lugar.

—¿Y bien?, ¿no vas a pasar?— preguntó con una sonrisa burlona.

—Sí, sí— pasé por debajo de su brazo, que sostenía la puerta para mí. Lo escuché suspirar con fuerza cuando pasé por su lado.

—Hola— dijo de nuevo cuando lo tuve frente a mí, me tomó por la cintura y escondió su cabeza en el hueco de mi cuello.

—Hola— sonreí como boba. Las hebras despeinadas de su cabello me tentaban a peinarlo con mis dedos.

No lo pensé más y lo hice. Sus hombros se pusieron tensos, pero finalmente se relajó dejándome acariciarlo.

Cuando dejes de amarme ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora