Capítulo diez

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Se acercaba la Navidad. Una mañana de mediados de diciembre Hogwarts se descubrió cubierto por dos metros de nieve. El lago estaba sólidamente congelado y los gemelos Weasley fueron castigados por hechizar varias bolas de nieve para que siguieran a Quirrell y lo golpearan en la parte de atrás de su turbante. Las pocas lechuzas que habían podido llegar a través del cielo tormentoso para dejar el correo tuvieron que quedar al cuidado de Hagrid hasta recuperarse, antes de volar otra vez.

Todos estaban impacientes de que empezaran las vacaciones. Mientras que la sala común de Slytherin y el Gran Comedor tenían las chimeneas encendidas, los pasillos, llenos de corrientes de aire, se habían vuelto helados, y un viento cruel golpeaba las ventanas de las aulas. Lo peor de todo eran las clases del profesor Snape, abajo en las mazmorras, en donde la respiración subía como niebla y los hacía mantenerse lo más cerca posible de sus calderos calientes. 

—Me da mucha lástima —dijo Draco Malfoy, en una de las clases de Pociones— toda esa gente que tendrá que quedarse a pasar la Navidad en Hogwarts, porque no los quieren en sus casas.

Mientras hablaba, miraba en dirección a Weasley. Crabbe y Goyle lanzaron risitas burlonas. Hadrian, que estaba pesando polvo de espinas de pez león, no les hizo caso. Después del partido de Quidditch, Malfoy se había vuelto más desagradable que nunca. Hadrian estaba un poco decepcionado porque había pensado que el heredero Malfoy tenia potencial de ser alguien grande y poderoso.

Era obvio que Hadrian no se quedaría en Hogwarts para Yule si no que volvería a la mansión con sus tíos y su primo.

Merlín sabia cuanto extrañaba usar su celular.

Extrañaba los lujos que el mundo no mágico le podía brindar. Merlín sabia que extraña ir de compras y como extra no iba a tener que ver a Weasley por dos semanas.

Cuando abandonaron los calabozos, al finalizar la clase de Pociones, encontraron un gran abeto que ocupaba el extremo del pasillo. Dos enormes pies aparecían por debajo del árbol y un gran resoplido les indicó que Hagrid estaba detrás de él.

—Hola, Hagrid. ¿Necesitas ayuda? —preguntó Weasley, metiendo la cabeza entre las ramas.

—No, va todo bien. Gracias, Ron.

—¿Te importaría quitarte de en medio? —La voz fría y gangosa de Malfoy llegó desde atrás—. ¿Estás tratando de ganar algún dinero extra, Weasley? Supongo que quieres ser guardabosques cuando salgas de Hogwarts... Esa choza de Hagrid debe de parecerte un palacio, comparada con la casa de tu familia.

Weasley se lanzó contra Malfoy justo cuando aparecía Snape en lo alto de las escaleras.

—¡WEASLEY!

Weasley soltó el cuello de la túnica de Malfoy.

—Lo han provocado, profesor Snape —dijo Hagrid, sacando su gran cabeza peluda por encima del árbol—. Malfoy estaba insultando a su familia.

—Lo que sea, pero pelear está contra las reglas de Hogwarts, Hagrid —dijo Snape con voz amable—. Cinco puntos menos para Gryffindor; Weasley, y agradece que no sean más. Y ahora marchaos todos.

Malfoy, Crabbe y Goyle pasaron bruscamente, sonriendo con presunción.

Hadrian hizo una mueca y escuchó fracciones de la conversación entre Weasley, Granger y Hagrid.

—Oh, no es un trabajo —explicó alegremente Granger—. Desde que mencionaste a Nicolás Flamel, estamos tratando de averiguar quién es.

—¿Qué? —Hagrid parecía impresionado—. Escuchadme... Ya os lo dije... No os metáis. No tiene nada que ver con vosotros lo que custodia ese perro.

Señor de la LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora