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13/06/1998

Ha transcurrido casi una semana desde que te jodieron el ano. Ya puedes sentarte mejor, incluso cagar con mayor confianza, pero volver al talón parece una opción difícil. Temes otra fisura. Acudes al bar de siempre no tan arreglada ni provocativa; con unos pantalones que sí son tuyos y por ende no aprietan el culo, una blusa café, desgastada, esa que mamá casi no se ponía por la mancha de cloro en el pecho. Acechas a una pareja. Ella parece no estar muy hambrienta, por lo que deja media baguette y dos o tres papas fritas en el plato. Antes de que recojan sus sobras, te abalanzas sobre ellas y devoras. Echas cátsup e incluso lames el plato. Unos ojos te miran desde la barra. De pronto, recuerdas la existencia de Jacinto. Mueres de vergüenza, te cubres la cara. Él sonríe, te hace una seña: ven. Tú acudes con la vista baja.

Escoge algo. Hoy invita la casa.

Te ofrece la carta de alimentos mientras prepara una bebida azul. Pides otra baguette de carne y queso con papas, que cuando llega sabe a cielo. Grasa deliciosa. De vez en cuando, conversas con él sobre la música, el clima, el secreto de cada trago. Incluso presencias uno encendido en fuego. Aplaudes a la par que los otros clientes. Cuando terminas, preguntas si puedes pedir más papas. Él acepta encantado, aunque un poco extrañado por el hambre atrasada en tu estómago. Es tan precioso. Tan perfecto. Suspiras, creyéndote la más afortunada del mundo. Por fin conoces su voz profunda, el humor juvenil en sus chistes malos. Esperas con paciencia al principio... dan las once, las doce de la noche, y él parece tan fresco como al principio. Te retocas los labios. Recuestas tu cabeza sobre la barra, víctima del mal del puerco.

¿Qué haces aquí todavía? Vete a dormir, se nota que te mueres de sueño... a menos que estés esperando a alguien.

¿Uh? Te espero a ti, ¿no vamos a coger?

¡¿Eh?! ¿Pero qué...?

Por eso me has alimentado ¿no? Eres mi cliente hoy, aunque debo advertirte que estoy enfermo, por lo que sólo podré chupártela.

Oye... no, no me malinterpretes, por favor. Te he visto comiendo las sobras de otras personas, por lo que pensé en invitarte algo, pero nunca lo hice con segundas intenciones. Sé que eres un cliente asiduo, así que...

[Aquí estás, una vez más, cagándola.]

Por Dios, lo siento tanto. Perdón, perdón, soy una estúpida. Es sólo que... eres la primera persona en tratarme con auténtica amabilidad en siglos. De verdad.

No te preocupes. Aunque... [se apoya sobre la barra, acerca a tu rostro aquel lunar bonito entre luces neón, la mirada enmarcada en profundo negro] si tú me invitas, otro día, podemos intentarlo. [Y guiña el ojo, divertido.]

[Dios ¿eres tú? ¿O eres Satanás?]

Gracias, gracias, gracias Jacinto, eres un ángel.

Te levantas, lo tomas de los hombros y besas su mejilla con euforia. Huele a mandarina. Sus cadenas en el cuello son preciosas. La piel, tan suave. Es mucho más guapo de cerca.

No es nada...

Nena, me llamo Nena.

No es nada, Nena. Puedes volver cuando quieras.

Vale, tenemos un asunto pendiente. ¡Adiós!

Le muestras la lengua, coqueta, y te marchas contoneando tu culillo en recuperación. Nunca caminar solitaria en la oscuridad de la noche fue tan radiante. Giras, giras, hasta la bolsita sale disparada en una de esas. Corres por ella, a carcajadas. Revives cada momento, cada gesto, riendo sola en el último transporte público. Estómago lleno, te acurrucas tranquila. No todos los días son horrendos. Hoy, de hecho, una estrella te brindó suerte. Cuando mamá llegue, podrás estar sólo a su lado, intentar algo, lo que sea, bueno o malo, pero con él.

Está en el aguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora