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03/11/1998

¡Niña! ¡Despierta de tu ensueño! Cuando Jacinto te toma del brazo, brincas, tomas aire, hundida en el agua. Es hora de ir a casa. Caminas bajo luces de colores, sombras negras que se mezclan entre ellas, mientras tú cuidas el secreto como si éste habitara en tus ojos. Desde aquel día te has convertido en un gato erizado, huraño y atolondrado. Todo te asusta, todo te angustia y amenaza, incluso el mar, la música; aquello que alguna vez te hizo feliz y definió como persona. Están ahí en martes porque Don David mandó a Chinto a espiar el nuevo bar de moda. En medio del ruido distorsionado por las bocinas, alcanzas a escuchar las quejas de tu cómplice, quien te dirige tomado de la mano.

Este bartender está muy pendejo, hasta para hacer una pinche margarita. No nos llega ni a los talones. No. Bueno, en todo caso, estos tienen bailarinas, pero no música en vivo ¿así qué chiste?

Avanzas a tropezones, diciéndole que sí con la cabeza, cuando distingues una silueta familiar en chamarra de cuero. Se adentra al local, encendiendo un cigarro, por el pasillo estrecho que conduce al salón principal. Él te reconoce también e incluso se detiene, con esa sonrisa encantadora, de inocencia medio perdida. Sus labios chiquitos, rosados; los ojos rasgados, bonitos, como todo él, como su cabello profundamente negro y sedoso cuyas luces han dejado de ser rubias para tornarse rojas. Como te paras, Jacinto también lo hace. Poco importa si obstruyen el paso.

Nenúfar.

¡Chava! ¿Dónde te habías metido? Tiempo sin verte.

Uh... andaba en negocios, pero estoy de vuelta.

Me gustan tus pantalones de leoparda, te sientan perfectos.

Jaja gracias, gracias. ¿Ya te ibas? ¡Te invito una copa!

Es que voy con... voy con Jacinto, mi pareja.

Oh. Chispas.

Sí... bueno, pero me dio mucho gusto saludarte.

Igual a mí. Cuídate mucho, Nena.

Igual.

Tschüss!

Chau.

Te despides de él con la mano, e incluso volteas a mirarlo una vez más antes de salir. Hay algo agreste en sus prados, hay tarántulas y flores llenas de espinas. Un cuerpo lánguido, a medio desarrollar, poseedor de un hambre insaciable. Nunca olvidarás su bondad. Ni su boca sangrienta sobre la tuya. Afuera, hay algo de nostalgia en la noche, una desazón importante. Mientras caminas a su lado, desearías rasgar tus vestiduras, gritar, salir corriendo rumbo a la luna. Lunática, te dirían. Porque la muerte seduce tu anhelo; quisieras ser apuñalada, abofeteada, que te metan un cogidón salvaje de esos que sólo Vampira conoce. Sientes curiosidad. Vuelves el rostro por segunda ocasión. Nadie sigue tus pasos. Los ojos se inundan de lágrimas.

¿Quién era?

¿Eh?

El muchacho que te saludó.

Ah, era Vampira, un amigo del medio.

Vampira... [murmura para sí] sanguijuela...

Está en el aguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora