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18/04/1998

Conoce la barra como la palma de su mano; lo adivinas porque has visto a otros baristas tontear en busca de ingredientes básicos como agua mineral, un licor específico o una nueva cubeta de hielo. Deshacen la magia del momento. Jacinto no. Él guarda en su cabeza cada combinación posible, dentro y fuera del menú; crea entre perfectos malabares los cocteles más deliciosos que hayas probado, porque sus manos bien saben medidas, sazones, especias secretas. Saboreas la espuma rosa sobre tus labios cual gatito. Ha preparado medias de seda para ti, incluso si alguien más solicitó la bebida. Es emocionante, es cálido admirarlo por fin desde tu lugar. Los clientes aplauden a la destreza de unos dedos que hacen volar vasos, botellas, líquidos, mezclas, y todos caen en su lugar con su respectiva hojita de menta, aceituna o cereza. Es una cuestión matemática, de simetría y brujería, piensas asombrado.

Parece tan alegre mientras conversa con los clientes. Los celos besan tu mejilla, niño triste. Cuando él sonríe, lo hacen también sus ojos, aparecen dos hoyuelos, los dientes delanteros que relucen en blancura; su cabello brilla, contrario al tuyo, estropajo de puntas abiertas. Luce juvenil y malicioso, apoyado sobre la barra en modo seductor ante una pareja. ¿Qué conversarán? Envidias las uñas negras recién barnizadas, limpias; desearías tener unas facciones femeninas como las suyas. Las tuyas, en cambio, sólo son infantiles. Algún día su belleza se verá diluida.

Si pudieras acercarte a él... pero es que ¿cómo podría alguien tan feliz, codiciado, estable, fijarse en un despojo amargo y usado como tú? Los lagrimales se desbordan en anhelo. Pero no, la sombra azul es difícil de aplicar, no puedes arruinarla.

Entonces te descubre. Las extremidades hormiguean ¿esas son avispas en el estómago? Sí, porque mariposas, imposible. Tú no huyes, permaneces. Confiesas a gritos tus torpes, precoces sentimientos, ahora que puedes, por medio de unos ojos siempre sometidos a angustias. No lo sabes, pero él lo descubre. Tu rostro es nuevo. Algo esperas de él. Una expresión así podría ser deseo, repugnancia o una llamada de auxilio. Eres linda, sí, una niña preciosa. Algún día deberías terminar en su cama, con los labios tan carnosos que posees. Si se puede esta misma noche, mejor. ¿Cuál es tu nombre? ¿Por qué no le hablas como el resto? Entonces esboza una sonrisa suave, en sus belfos de flor; rosas, delicados. Es una invitación. El primer encuentro. Cazador.

Vamos, Nena.

Alzas tu mano, devuelves una mueca amorosa, entristecida, un suspiro de vainilla que vuela en busca de su pecho cual refugio... Martina tira de tu muñeca izquierda. Se dirigen hacia el estacionamiento, donde el cliente ha dejado su automóvil.

Está en el aguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora