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 28/03/1998

Por primera vez, durante un atardecer de refulgencias naranjas, te atreves a hurgar en sus pertenencias. Las faldas de mezclilla y el pantalón obscenamente ajustado que ya ni siquiera le viene, pueden servir. Rompes el dobladillo, porque tus piernas sí son largas. Sonríes orgullosa. Tomas un brasier, te lo calzas frente al espejo. Giras con los brazos extendidos, arriba, hacia el sol, admirando sobre la pared tu sombra de ninfa muerta de hambre. Loca. Despeinada. La cintura estrecha, insana. Escuchas los aplausos, entonas fuerte Don't speak entre disparates, sintiéndote Gwen Stefani porque, aunque marginal, eres malinchista. Tú no cantas música paisana. De hecho, pronto serás rubia, el único rasgo faltante para ser Nena, una suerte de Madonna, diva codiciada.

[Nenúfar es la flor que sobrenada, hermosa, en aguas turbias.]

El pantalón de cuero, la blusa roja, son demasiado para ti. Un ápice de respeto por tu madre permanece. Te conformas con la ombliguera verde.

¡Ta-daaaaaaaa!

No...

Jajajaja ¿qué? ¿Verdad que me veo fabulosa?

Ahora eres una loca consagrada.

Sí, bueno... pero ¿qué? ¿Eso es todo?

Te ves bien.

Aish, eres una envidiosa, Martina.

¿De qué? Yo sí tengo vagina jajaja.

Púdrete.

No es ciertoooo ¡te queda bien! Cuando menos te entra el pantalón que a nosotras no.

[En realidad, aquello es molesto. Sus medidas, la feminidad innata, su habilidad en la danza y en aquella seducción que no se premedita. Desvías la mirada, de vuelta a la vieja revista de chismes. Pasas la página.]

Está en el aguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora