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20/05/1993

Eres tan joven. Ambos, Mane y tú, duermen en el mismo colchón porque lo han botado de casa por tercera ocasión. No importa demasiado; su hermano siempre termina buscándolo, por lo que ya ni siquiera llora. En cambio, se ríe de tus estupideces. Es una noche calurosa. Sientes el sudor escurrir por tu frente, incluso si la ventana permanece abierta. Miras las cortinas desgastadas, con estampado de flores naranjas, volar como un espectro sobre tu rostro; por ello has posicionado la cama bajo la ventana. Acaso un mosco bisbisea por tu cabeza, así que alzas tus brazos largos, tan pálidos, en busca de la alimaña para atraparla. Junto, los pies de tu amigo reposan descalzos, acostado a la inversa. No apestan. Lo confirmas con curiosidad morbosa. Todo parece genial y divertido hasta que te descubres insomne, hirviente, por lo que decides masturbarte, a ver si así expulsas algo de calor, y de paso coges sueño. Se duerme mejor tras venirse ¿no es así?

Cierras los ojos. Rozas con suavidad el pubis, la piel desnuda, despertando tu sexo. Bajo la luz de la farola, entre los ladridos de los perros lejanos en el vecindario, consigues una erección. Realizas los mismos movimientos de siempre, aquellos que te complacen. Contener los suspiros es difícil, pero no deseas molestar a Mane. Hasta que su mano te acaricia. Abres los ojos de un sobresalto. Él te dice que no importa, que también lo hace con su primo y que no significa nada. Su mano, de roces impredecibles, se siente bien. Tú igual lo ayudas. Los jadeos vuelan y se desvanecen con el viento. Cuando eyaculas, él lo embarra en las sábanas. Tú lo imitas. Ambos son muy buenos amigos.

Oye... no vayas a enamorarte de mí, eh. Maricón.

¿Sabes, Jacinto? Siempre he pensado que eres muy guapo... por eso te siguen más chicas que a mí. 

Ambos estallan en risotadas. Pateas a ese imbécil, en el fondo abochornado, quien cae de la cama y rueda por los suelos.

Está en el aguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora