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— Esto debe ser una puta broma... —declaró finalmente.

Incrédulo, Senku no parpadeó por varios segundos temiendo que si lo hacía aquel rio de flores parecidas a la sangre volviera a su estado original. Se hincó junto a la orilla y con mucha precaución introdujo su mano. Las camelias se mecieron perezosamente, rozando su piel indicándole que eran reales sin duda.

Debajo de ellas la flora y fauna era la misma, sin ninguna alteración aparente. Todo, de hecho, podría verse como algo normal, pues bien pudo ocurrir que un arbusto rio arriba desprendió sus flores y el cause las estancó ahí. Si siguiera el principio de parsimonia que marca que la explicación más sencilla suele ser la más probable, lo más lógico era aceptar que ocurrió eso.

Resopló frustrado. No le agradaba estar desperdiciando su tiempo en esa clase de cosas cuando bien pudo haber lavado ya la piel para comenzar a elaborar su ropa. Sin embargo, no podía negar que se sentía inquieto, sobre todo porque los murmullos continuaban y, peor aún, juró sentir que alguien tenía clavada la mirada en su espalda.

Regresó por la piel, manteniendo siempre su mano cerca del cinturón improvisado en el que atoró una pequeña hacha de piedra. Se debatió entre si volver al sitio donde colocó la fogata o quedarse ahí a la espera de otro evento singular. Optó por lo segundo ¿cómo podría perderse la oportunidad de presentarse? Pero su mala suerte le hizo otra jugada.

Cortó con cuidado los trazos que imaginó le servirían utilizando sus dientes y un poco de cuerda para unir la piel, concluyendo exitosamente la prenda. Después de que ese tiempo pasó y no hubo ningún cambio significativo, prefirió buscar un buen espacio para comenzar a construir el refugio en forma, y que mejor que comenzar una casa en el árbol.

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Pasó una semana recolectando y puliendo todos los materiales de construcción, sumando una tarea tras otra, haciendo que por cada actividad que tachaba en la lista de pendientes aparecieran tres más. Se sentía cansado y hambriento a todas horas, pero no podía darse el lujo de descansar ni siquiera cuando el sol se ponía, no cuando la vida de siete mil millones de personas dependía de él.

Esa noche en particular, sin un motivo aparente, sintió recaer sobre sus hombros el peso de esa verdad. La pesadumbre también lo invadió físicamente, tanto así que se tiró con descuido sobre el saco de dormir y dejó a un lado la madera que tallaba, observando el cielo estrellado con especial melancolía.

— Si tuviera a alguien más podría avanzar más rápido —tragó saliva y sintió un nudo en la garganta—. Ah... ¿cuándo fue la última vez que me sentí solo?

Una suave brisa acarició su mejilla, similar al toque cálido de unas manos amorosas pero invisibles; como si trataran de decirle "estoy contigo". No se inmutó, ya se había acostumbrado a sentirse acompañado por eso que aún no le ponía nombre. Sin embargo, en los últimos días ya no le llenaba lo suficiente. Ese sentimiento de soledad estaba apropiándose centímetro a centímetro de su corazón a tal grado que esa caricia no pudo revertir la humedad que se acumuló en sus ojos. Apretó los párpados con fuerza, tapándose con el antebrazo mientras se concentraba en modular su respiración hasta calmarse.

— Senku...

Se paró de golpe, escudriñando todo alrededor. Escuchó claramente su nombre y no, no era confundible con el sonido de algún animal; es más, el bosque se encontraba extrañamente quieto, como si también hubiera oído lo mismo y guardó silencio para prestar atención.

­— Senku...

Otra vez.

El científico encendió la antorcha y tomó la primera arma que alcanzó su mano, sin despegar los ojos al camino que llevaba hasta el flujo de agua inundado de camelias. Con pasos decididos y una valentía que no se molestó en preguntarse de dónde obtuvo, avanzó entre los árboles cuyas ramas se mantuvieron estáticas. Al parecer, nada quería moverse hasta que la pesadez en el aire desapareciera, porque incluso Senku sentía la densidad en el ambiente acompañado de un cosquilleo metálico en la nariz. Agudizó sus sentidos y siguió ese murmullo que continuaba diciendo su nombre, llamándolo de forma cariñosa, guiándolo con un peculiar aroma a hierba fresca, pasto recién cortado...

A través del reflejo/SenGenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora