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Sucedió en la tercera noche después de comenzar con la agonizante y casi infinita tarea de crear baterías. Ruri y Gen acabaron esa jornada con aproximadamente la mitad de onigiris de manganeso pedidos por el científico, y después de que la sacerdotisa se retiró para cenar con la aldea, la cantidad ascendió a quinientos. El mago, a pesar de siempre renegar por la extrema carga de trabajo en el Reino de la Ciencia, pareció no importarle contradecir su habitual conducta. Aunque, como era común en él y lo remarcaba en cada oportunidad que tenía, su motivo principal era velar por sus propios intereses, practicar su magia implicó trabajar horas extras.

Su objetivo era pasar de usar su cuerpo como un intento de varita mágica a invocar el poder de su núcleo sólo con palabras y concentración pura. Pedía a los seres de la naturaleza volverse un par de extremidades invisibles que tomaran la cubierta de zinc para envolver el manganeso, interfiriendo físicamente sólo al depositar el carbón y sellar la batería.

Los días anteriores le costó encontrar el punto de equilibrio, pero parecía que finalmente dominó la técnica; el inconveniente, fue que la poca energía que tenía de por sí se drenó en un santiamén. Pasada la medianoche, Asagiri apenas y podía sostener los palillos con el carbón, su cabeza dormitaba ya cerca del piso.

— Con que estás haciendo trampa, mentalista.

Por la sorpresa, dejó caer una ruedita de madera que rodó hasta los zapatos de Senku. Él, quien estuvo de pie con su usual media sonrisa y cruzado de brazos, se inclinó para tomar la pieza y depositarla directamente con las otras.

— En las instrucciones no venía alguna cláusula que impidiera usar magia, es muuucho más rápido —bostezó a la par de soltar los palillos en su regazo—. ¿Tienes alguna queja, Senku-chan?

— Nop, ninguna. De hecho sería bastante útil que terminaras hoy mismo, hay más cosas que hacer y necesitamos toda la mano de obra disponible.

— Eres malévolo, Senku-chan —señaló Gen, fingiendo un escalofrío—. Por cierto, ¿qué te trae por aquí?

— Control de calidad.

Senku se sentó frente a él y tomó un puñado de baterías, las cuales examinó con detenimiento al igual que los empaques que las apilaban en un tubo de 15 voltios. Gen, por otra parte, no se creía para nada la justificación que le dio; sin embargo, interrogarlo en el estado en que se encontraba sería difícil. Desistió de esa idea y se limitó a dejarse caer en el suelo, cubriéndose los ojos con la manga de su abrigo.

— Ah... La choza está demasiado lejos. Ojalá pudiera convertirme en un insecto e irme volando hasta mi saco de dormir —se quejó—. ¿O me vendría mejor convertirme en un murciélago?

— Puedes quedarte a dormir en el observatorio, hay espacio de sobra —ofreció el científico seriamente.

— Eres muuuy considerado, Senku-chan... —agradeció con una sonrisa que se desvaneció en un segundo—. Espera ¡¿qué dijiste?!

Se levantó de golpe y frotó sus ojos, también comprobó que sus oídos estuvieran despejados. Senku sin despegar la vista de una batería mal sellada, explicó el motivo detrás de su inesperada propuesta, atrapando toda la atención del mentalista confundido.

— Sería lo más lógico para acortar tiempos: duermes y trabajas en el mismo lugar, sin la ineficiencia del traslado —le dedicó una sonrisa malvada—. Además, el teléfono está casi listo, pronto tendremos que diseñar la estrategia para ir contra Tsukasa. Y tú eres el indicado para eso, señor mentalista.

— ¿Entiendes que eso implica volvernos compañeros de cuarto? —preguntó dudoso.

— No veo cual es el problema.

A través del reflejo/SenGenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora