Capitulo VI

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Mientras el tiempo transcurría agradablemente, en lo que se refiere a la temperatura, me llegó el turno de mi primera guardia de vigía en la cofa.

Este trabajo resulta a veces interesante, aunque otras ocasiones pueda resultar muy monótono. Pero es absolutamente necesario para poder observar el mar desde un punto alto al que no pueden llegar los que permanecen en cubierta.

Se monta la guardia en las cofas de los tres palos desde el amanecer hasta la puesta del sol, relevándose los marineros por turno cada dos horas, lo mismo que en el timón. Para una persona soñadora y dada a la meditación, resulta encantador. A cien pies sobre la cubierta, en silencio, cabalgando sobre los palos como si éstos fuesen gigantescos zancos, en tanto que se ve a los monstruos marinos merodear en torno al barco, se tiene tiempo para pensar. Mientras, el buque cabecea indolentemente en tiempo sereno y una gran paz se apodera del espíritu.

Durante una campaña ballenera, las horas que se pasan de vigía en el tope o cofa, sumarían meses enteros, y hay que tener en cuenta que la comodidad no es precisamente uno de los deleites del vigía. El punta donde uno está encaramado es el más alto del mastelero de juanete, donde hay que sostenerse sobre dos delgados palos paralelos llamados crucetas de juanete. Vamos, es tan cómodo como estar entre los cuernos de un toro.

Cuando hace frío tiene uno que llevarse un gruesc chaquetón, pero ni siquiera esto puede calentarle a unc a semejante altura y abierto a todos los vientos.

Al poco tiempo del episodio de la pipa, Acab salió a cubierta, como solía, inmediatamente después del desayuno y no tardaron en oírse sus pisadas de marfil mientras paseaba arriba y abajo sobre el maderamen, el cua conservaba las huellas de su pata artificial. A cada vuelta que el capitán daba al llegar al final del paseo, e marfileño zanco dejaba una muesca, una huella, una hondonada en la madera, pese a lo duro de ésta.

-Fíjate bien, Flask -dijo Stubb en un susurroEl polluelo que el capitán lleva dentro está ya picotean do el cascarón. No tardará en salir.

Pasaban las horas. Acab seguía paseando con aque lla maniática resolución y el ceño fruncido.

Declinaba el día cuando de pronto se detuvo junto: la amurada, metió la pata de marfil en un agujero, se tomó de un obenque y ordenó a Stubb que llamase a popa a todo el mundo.

-¡Señor! -respondió el primer oficial, un poco asombrado de una orden que casi nunca se da a bordo sino en circunstancias extraordinarias.

-¡Todo el mundo a popa! -repitió Acab-. ¡Ah del tope! ¡Abajo los vigías!

Una vez reunida toda la tripulación, que le miraba con ojos curiosos y no muy tranquilos, porque su rostro seguía ceñido, Acab lanzó una ojeada por encima de la amura. Seguía su paseo, con la cabeza baja y el sombrero encasquetado. Tanto que Stubb le susurró a Flask que quizá los había convocado para hacerles presenciar alguna proeza.

Súbitamente, Acab se detuvo.

-¡Muchachos! ¿Qué hacéis cuando veis una ballena!

-¡Dar la voz de alarma! -respondió una docena de voces.

-¡Bien! -gritó Acab-. Y después, ¿qué hacéis, muchachos?

-Arriar las balleneras y ¡a la caza!

-Y, ¿cuál es el soniquete con el que remáis?

-¡Ballena muerta o lancha a pique, señor!

A cada respuesta, el rostro del viejo parecía más y más complacido, en tanto que los marineros se miraban entre sí, boquiabiertos.

Acab dio una vuelta sobre su pata y, agarrándose a otro obenque, añadió:

-Todos los vigías me habéis oído dar una orden acerca de una ballena blanca. Pues bien, ¡atención ahora! ¿Veis esta onza española de oro?

Moby DickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora