Aquella noche; entre la segunda y la tercera guardia, Acab venteó como un perro de caza. Afirmó que por allí cerca tenía que haber una ballena, porque lo sentía en el aire y en los huesos.
-¡Vigías arriba! ¡Todo el mundo a cubierta!
-¿Qué ves? -gritó Acab mirando hacia arriba.
-Nada aún.
Al instante, Acab ordenó que le izaran a su canasto, pero a los dos tercios del camino, lanzó de pronto un grito horrible.
-¡Por allí sopla, por allí! ¡Moby Dick!
Todo el mundo se lanzó a los aparejos para ver la enorme joroba blanca. Tashtego estaba junto al capitán.
-¡Yo la vi y grité! -dijo el indio.
-¡No! Yo fui quien la vi primero -dijo el capitán, lívido-. Yo era el que tenía que descubrirla. ¡Por allí! -agregó mirando el surtidor silencioso de la ballena-. ¡Arríeme, señor Starbuck, y prepare las balleneras!
-Va flechada a sotavento, señor. Se aleja. No nos ha visto.
-¡A las lanchas, he dicho!
Se arriaron todas excepto la de Starbuck, y pronto navegaron como flechas, sus proas cortando el agua silenciosamente. La lancha del capitán llegó tan cerca de su confiada presa, que pudo distinguir su resplandeciente joroba envuelta en espuma. La ballena parecía presa de un extraño júbilo o una extraña tranquilidad. No tardó sin embargo en alzar lentamente del agua su parte interior, formando un enorme arco. Luego se sumergió suavemente y desapareció de la vista.
Con los remos en alto, los cazadores esperaron.
-Esta es la hora -dijo Acab en voz baja.
La ballena había desaparecido, pero las aves marinas parecían conocer exactamente su posición, porque volaban en círculos sobre ella. Inclinándose sobre la borda, Acab vio de pronto en las límpidas aguas una mancha blanca que subía con maravillosa celeridad, aumentando cada vez más de tamaño, hasta que se volvió y dejó ver claramente las largas hileras torcidas de dientes blancos. Era la boca abierta de Moby Dick, cuyo enorme cuerpo se confundía con el azul del mar.
Bostezó, y Acab hizo virar la ballenera, apartándola del terrible espectáculo.
Luego mandó a Fedallah que cambiara con él su puesto, con lo que la proa de la lancha quedó frente a la cabeza de la ballena. Pero ésta, malignamente, viró de bordo y metió la cabeza bajo la lancha.
No hubo bao ni cuaderna que no temblara sobre la ballena, la que tendida oblicuamente sobre el lomo, como un tiburón dispuesto a morder, cogió lenta y segura
en la boca la roda entera de la barca, y uno de los dientes se enganchó en el escalamo de un remo. La parte interior, de color azulado, quedó a menos de seis pulgadas de la cabeza de Acab. En esta actitud sacudió el casco de cedro como un gato hace con un ratón. Fedallah la miraba imperturbable, mientras la tripulación, aterrada, se agrupaba a popa atropelladamente.
Y entonces, mientras las bordas vibraban a impulsos del diabólico animal, que tenía a su merced la embarcación, y en tanto que las otras lanchas se detenían, el insensato capitán Acab, furioso ante la proximidad del animal que tanto odiaba, le echó las manos al hueso, pugnando en vano por apartarlo.
La mandíbula se le escurrió, las frágiles bordas de la lancha se doblaron y se hundieron cuando las mandíbulas, como enormes tijeras, se deslizaban más a proa, partiéndola en dos.
Acab, que fue el primero en darse cuenta de las intenciones de la ballena, al verla alzar la cabeza, cayó de bruces al mar. Moby Dick se alejaba ya con su presa entre los dientes, alzando la cabeza a intervalos entre las olas, dando vueltas con todo el cuerpo y lanzando torrentes de espuma.
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Moby Dick
RandomAutor: HERMAN MELVILLE La historia la narra Ismael, un superviviente del último viaje del Pequod, el barco ballenero comandado por el Capitán Acab. Ismael nos cuanta como se enrola siendo un chaval en el Pequod, un barco que emprenderá un largo viaj...