Capitulo X

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El Cabo de Buena Esperanza es una encrucijada en los caminos del mar, donde se cruzan más viajeros que en parte alguna. No mucho después de hallar al Goney nos encontramos otro ballenero, el Town-Ho! (el «¡Ah de la Casa!»), tripulado casi exclusivamente por polinesios. En una breve visita, nos comunicó algunas noticias relativas a Moby Dick. Resumiéndolo, era lo siguiente, y aquello causó una gran impresión en la tripulación del Pequod. Uno de los polinesios se lo refirió a Tashtego y éste, en sueños, habló de ello. Cuando lo estrechamos a preguntas, nos contó la historia.

Durante un viaje, dos años antes, el Town-Ho!, que navegaba por el Pacífico, al poner una mañana en funcionamiento las bombas, halló en la cala más agua de la acostumbrada. Supusieron que algún pez espada había perforado las cuadernas. El buque siguió navegando, con las bombas a pleno rendimiento, confiando en librarse del naufragio, con un poco de suerte. Y hubiera llegado a puerto, a no ser por la brutal arrogancia del primer oficial, Radney, y la pelea que tuvo con un tal Steekilt. La avería seguía siendo peligrosa, pero confiaban llegar al puerto de alguna isla donde pudieran repararla.

Radney se preocupó. La vía de agua era cada vez mayor. Mandó largar las últimas velas, para aprovechar todo el viento, mientras los marineros se agotaban en las bombas. Uno de ellos, el mencionado Steekilt, en cierta ocasión, se permitió una broma sobre el agua que entraba en la cala, añadiendo que Radney, hombre de una notable fealdad, gastaba todo su dinero en espejos. Radney le gritó que se dejara de tonterías y le diera a las bombas. Se continuó, pese a lo agotados que estaban todos.

Cuando le llegó el relevo, Steekilt subió tambaleándose a cubierta, para encontrarse con que el furioso Radney le ordenaba ponerse a barrerla, y de paso limpiar los excrementos de un cerdo que llevaban a bordo. Eso era tarea propia de grumetes, no de marineros. Steekilt se negó a ello, pues, pese a que Radney repitió su orden acompañándola con un juramento atroz. Y no sólo eso, sino que el primer oficial echó mano a un martillo de tonelero.

-Suelte ese martillo o le pesará, señor -dijo Steekilt. Pero Radney se le acercó más, tanto que ya estaba a punto de darle con el martillo-. Si me ataca, le mataré, señor.

Radney le golpeó en la mejilla, y Steekilt, que era un hombre de una corpulencia extraordinaria, le derribó en cubierta de un golpe que le destrozó la mandíbula al oficial. Inmediatamente, Steekilt gateó hasta la cofa, donde se hallaban dos camaradas suyos.

No llegó hasta arriba, porque los otros tres oficiales se le echaron encima junto con sus tres arponeros, aunque sus compañeros trataron de ayudarle, mientras el capitán, con un arpón en la mano, conminaba a sus oficiales a que llevaran al alcázar al insurrecto.

Steekilt y sus compañeros se parapetaron tras unos barriles. El capitán ahora llevaba una pistola en la mano y les ordenó salir. Steekilt le respondió que si le mataban aquello sería la señal para una revuelta general. El capitán les respondió que el barco se hundiría si no volvían a las bombas, y los amotinados respondieron que el buque se iría al diablo si tocaban siquiera a uno de ellos. El capitán respondió que no prometía nada, pero que volvieran a las bombas. El peligro era muy grande ya. Por último les ordenó que bajaran al sollado, y tan pronto como lo hicieron, les encerró en él con un fuerte cerrojo. Los marineros que no se habían amotinado fueron a las bombas y los oficiales montaron guardia toda la noche.

Para resumir, estuvieron allí varios días. Algunos de los amotinados se rindieron, pero Steekilt y sus dos camaradas resistieron, e incluso tomaron la decisión de subir a cubierta y morir matando a todo el que pudieran. Pero los dos marineros, aterrorizados, traicionaron a Steekilt. Fueron cogidos los tres, y como reses muertas, atados al aparejo del mesana, donde el capitán los azotó cruelmente. Steekilt aseguró que si le volvía a azotar, mataría al capitán.

Moby DickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora