Poco después de forjar su arpón el capitán Acab, nos tropezamos con el Bachelor, matrícula de Nantucket, que acababa de estibar su último barril y cerrado las escotillas atestadas. Los vigías de sus calcés llevaban en los sombreros tiras de lanilla roja, y de la popa pendía una ballena cabeza abajo. Por todas partes ondeaban gallardetes, pabellones y banderines de señales.
El Bachelor había tenido mucha suerte, al tiempo que muchos buques habían pescado en las mismas aguas sin apenas conseguir resultados. Incluso habían tenido que desprenderse de barricas de carne y pan para hacer sitio a la valiosa esperma, y llevaban barriles hasta en cubierta.
Al acercarse al Pequod, salió el capitán Acab de la cámara. Desde el otro barco llegaban hasta el nuestro el salvaje redoblar de tambores, y un grupo de tripulantes bailaba una jiga infernal, en la que intervenían oficiales y marineros, e incluso algunas muchachas recogidas en las islas de la Polinesia. Otra parte de la tripulación se afanaba en la obra de fábrica de las calderas.
Como supremo señor de aquel aquelarre, reinaba el capitán, muy tieso en el alcázar, contemplando aquella comedia que parecía preparada para él. También Acab contemplaba la escena, pero él con el ceño fruncido y la cara oscurecida. Al cruzarse ambos navíos, el comandante del Bachelor gritó:
-¡Sube a bordo! -y agitaba en el aire una botella.
-¿Has visto la Ballena Blanca? -preguntó Acab.
-No, me han hablado de ella, pero no creo ni una palabra de lo que han contado. Vamos, sube a bordo.
-No quiero privaros de vuestra diversión -dijo Acab-. ¿Perdiste algún tripulante?
-Bah, nada que valga la pena: un par de isleños. Pero, sube a bordo, viejo, y te haré desarrugar el ceño. Tengo el barco abarrotado y vuelvo a casa. ¡Hay que celebrarlo!
-Maravilla lo campechano que puede ser un necio -murmuró Acab. Y en voz alta, agregó: Tú vas cargado y a casa. Yo, vacío y en ruta. Conque sigue tu camino y yo seguiré el mío. ¡Izad todo el trapo y avante!
Y cuando el barco se alejaba, sacó del bolsillo un frasquito y lo contempló pensativamente: estaba lleno de tierra de Nantucket.
Al parecer, el encuentro con el Bachelor nos dio suerte, porque al día siguiente encontramos ballenas y matamos cuatro, una de ellas por Acab. Un poco aplacado en su mal humor, Acab, en la proa de su ballenera, contemplaba los últimos espasmos de la ballena que acababa de matar y parecía hasta apacible.
Las cuatro sacrificadas aquella tarde habían muerto a mucha distancia del Pequod y también a mucha distancia entre sí. A tres de ellas se las remolcó hasta el costado del buque, y a la cuarta se le clavó la pértiga de mostrenca en el orificio del surtidor, con un farol que brillaba tenuemente en la oscuridad de la noche.
Acab y su tripulación parecían dormir. Todos, excepto el parsi Fedallah, que sentado en cuclillas a proa, contemplaba los tiburones que pululaban en el mar. Un momento después, Acab se reunía con él.
-Lo he vuelto a soñar -dijo el capitán.
-¿Lo de los coches de muerto? ¿No te he dicho, viejo, que no tendrás ni coche ni siquiera ataúd?
-Ninguno que muera en el mar los tiene.
-Pero te digo, viejo, que antes de que mueras en esta travesía, tendrás que ver personalmente dos coches de muertos sobre el mar. El primero no será obra del hombre y las maderas visibles del segundo tienen que haber crecido en Norteamérica.
-Extraño espectáculo ése, parsi. Una carroza fúnebre flotando sobre el océano. No veremos pronto semejante cosa.
-Lo creas o no, viejo, no puedes morir hasta que las veas.
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Moby Dick
RandomAutor: HERMAN MELVILLE La historia la narra Ismael, un superviviente del último viaje del Pequod, el barco ballenero comandado por el Capitán Acab. Ismael nos cuanta como se enrola siendo un chaval en el Pequod, un barco que emprenderá un largo viaj...