Yo, Ismael, formaba parte de aquella tripulación; mis gritos se habían alzado como los de los demás, mis juramentos se habían fundido con los suyos. Grité más alto y juré más fuerte, a causa del terror que se había apoderado de mi alma. Me poseía un insensato y místico sentimiento de conmiseración. Parecía mío el odio insaciable de Acab. Escuché con avidez la historia de aquel monstruo contra el que habíamos jurado venganza o muerte, yo y todos los demás.
Durante mucho tiempo, aunque sólo a intervalos, la solitaria y arisca ballena blanca había recorrido todos aquellos mares, pero había muchos marineros, muchos balleneros que desconocían su existencia.
Sólo unos pocos la habían visto y reconocido, y era muy pequeño el número de los que la habían atacado a sabiendas, pues a causa del gran número de barcos balleneros y el modo desordenado en que se repartían por el mar, eran pocas las noticias que relativas a Moby Dick se esparcieron entre los cazadores.
Hubo, sí, diversos buques que dieron cuenta de haber topado con un cachalote de tamaño y ferocidad extraordinarios, que luego de dejar mal parados a sus atacantes, se les había escapado arteramente, y para algunos resultaba lógico que aquélla debía ser Moby Dick.
Pero la ferocidad no era extraña en los cachalotes, por lo que no resultaba fácil decir si había sido o no aquélla precisamente con la que habían topado. Y en cuanto a los que teniendo ya noticias sobre ella, la encontraron por casualidad, casi todos se habían lanzado al principio a darle caza como a cualquier otra ballena de su género. Estos ataques trajeron desastres entre ellos, como brazos rotos, e incluso en ocasiones accidentes mortales. Por ello, todas las noticias resultaban confusas y casi siempre contradictorias.
Había otras cosas esencialmente prácticas que influyeron en el caso. Ni aun en la actualidad ha desaparecido todavía de la mente de los balleneros el primitivo prestigio del cachalote, pavorosamente distinto del de los demás ballenáceos, aunque son muchos los balleneros que no han tenido nunca encuentros hostiles con esos animales.
Una de las leyendas que se atribuían a la mente supersticiosa de los marinos, era la de que Moby Dick era ubicua, es decir, se encontraba en varios puntos distintos a la vez. Lo cual naturalmente sólo podía atribuirse a superstición, porque aún eran desconocidos los secretos de las corrientes marinas, y por otra parte cuando el cachalote viaja sumergido es absolutamente imposible verlo, a no ser que se le vea salir y lanzar un chorro de agua.
Es cosa perfectamente conocida tanto entre los balleneros ingleses como entre los norteamericanos, el haberse capturado al norte del Pacífico ballenas que llevaban clavadas puntas de arpones lanzados en Groenlandia. Y tampoco escapaba a los marinos que el intervalo entre encontrarlos y el momento en que recibieron la herida, no podía exceder de muchos días. De ahí que algunos balleneros hayan creído que el problema del paso del Noroeste, que tanto tiempo preocupó al hombre, no lo fue nunca para las ballenas.
Familiarizado con semejantes prodigios no explicados, no es pues de extrañar que, sabiendo que Moby Dick había escapado viva después de repetidos ataques, fueran más allá en sus supersticiones, suponiendo que Moby Dick no solamente era ubicua, sino incluso inmortal, y que seguiría nadando viva aunque se le clavaran en los flancos bosques enteros de arpones, y que si alguna vez se le llegaba a ver lanzar sangre por su surtidor, eso no sería más que una alucinación, pues no tardaría en verse otro surtidor, éste blanco e inmaculado, brotando a muchas leguas de distancia.
No solamente era su corpulencia lo que le distinguía de los demás cachalotes, sino también una frente arrugada y una blancura de nieve, además de la alta y piramidal joroba blanca.
Y también sus traidoras retiradas cuando se la perseguía, pues más de una vez se la había visto, cuando nadaba huyendo de sus entusiasmados perseguidores, volverse súbitamente y caer sobre ellos para destrozar sus lanchas.
Su caza había dado ya lugar a numerosas muertes. Calcúlese, pues, la furiosa ira que se apoderaba de sus cazadores cuando salían nadando de entre los destrozados restos de sus lanchas y los miembros arrancados de sus compañeros muertos.
Con tres lanchas desfondadas y los hombres debatiéndose entre las olas, había habido un capitán que cogiendo el cuchillo de cortar el cable de su proa deshecha, se había lanzado sobre la ballena como un duelista, tratando de arrancarle la vida con un arma de sólo seis pulgadas.
Aquel capitán había sido Acab, y fue entonces cuando metiéndole por debajo aquella mandíbula en forma de guadaña, le había segado Moby Dick la pierna.
No era, pues, de extrañar que desde aquel instante, un salvaje deseo de venganza contra la ballena blanca se hubiera metido en el espíritu del capitán, tanto más cuanto que no solamente le achacaba la pérdida de su pierna, sino también el desánimo, la enfermedad anímica que desde entonces le aquejaba.
A esa causa se podía atribuir su innegable locura durante la travesía, así como la sombría melancolía que le dominara hasta el mismo momento de hacerse a la mar en el Pequod.
Teníamos, pues, a aquel anciano canoso e impío persiguiendo con sus maldiciones a una ballena como la que tragó a Jonás por todo el inmenso océano, y al frente de una tripulación constituida principalmente por mestizos renegados, parias y salvajes, en la que solamente la virtud de Starbuck, la indiferencia y despreocupación de Stubb y la total mediocridad de Flask ponían una nota de sensatez. Dicha tripulación parecía reclutada y reunida por alguna fatalidad infernal para ayudarle en su monomaníaca venganza.
Ya he dicho lo que la ballena significaba para Acab, pero, ¿y para mí? Aparte de las características peligrosas del animal estaba su blancura, que era lo que más me aterraba, ya que si bien en muchos objetos la blancura contribuye a aumentar su belleza, como en los mármoles y en otros objetos, lo cierto es que a mí me producía una extraña sensación de desasosiego.
¿Qué hay en un hombre albino tan repelente como para que hasta su misma familia lo deteste? Pues precisamente esa blancura. El albino está conformado como los demás, y sin embargo su simple aspecto, su blancura, le hace más repulsivo que el más feo aborto. ¿Por qué?
Y también, ¿por qué a los fantasmas se les atribuye una blancura que contribuye a aterrorizar a los que en ellos piensan? ¿Tal vez por su parecido a alguien envuelto en un sudario?
El fantasma pavoroso y el encapuchado de los mares del Sur ha sido denominado Borrasca Blanca. Y, ¿cómo explicar que el mar Blanco produce en la mente una impresión tan espectral, en tanto que el Mar Amarillo nos mece con una sensación de seguridad?
Por todas estas cosas, la ballena blanca venía a ser un símbolo de algo muy desagradable para mí. Y dejo por el momento estas meditaciones producidas en mi ánimo por la Ballena Blanca.
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-¡Chist! ¿Has oído ese ruido, Cabaco?Era la segunda guardia nocturna. Brillaba una clara luna, y los marineros formaban una cadena desde las barricas de agua dulce en el combés hasta la del tambucho cerca del coronamiento y se pasaban de uno a otro los baldes para llenar esta última. Como la mayoría estaban cerca del sagrado recinto del alcázar, tenían gran cuidado en no hablar alto, y los baldes pasaban de mano en mano en el más profundo silencio, interrumpido alguna que otra vez por el aleteo accidental de una vela y el zumbido de la quilla surcando las aguas.
Fue en medio de aquel silencio cuando Archy, uno de los hombres de la cadena, situado cerca de la escotilla de popa, le susurró a un cholo, su vecino, esas palabras.
-Coge el balde, Archy, ¿quieres? ¿De qué ruido hablas?
-Ahí lo tienes de nuevo... bajo la escotilla. ¿No lo oyes? Una especie de tos...
-¿Qué tos ni qué diablos? ¡Alarga ya de una vez ese balde vacío!
-Ahí está otra vez. ¡Ahí mismo! Parece como si...
-Déjame en paz, camarada, ¿quieres? Deben de ser las galletas de la cena que te bailan en el estómago. ¡Ojo al balde!
-Por más que digas, yo tengo buen oído. Búrlate cuanto quieras, pero ya veremos lo que resulta. Escucha, Cabaco, en el sollado de popa hay alguien a quien aún no se ha visto en cubierta, y me huelo que nuestro viejo mogol sabe algo de ello. Además, una vez, estando yo de guardia, le oí a Stubb decirle a Flask que sospechaba algo semejante a eso.
-¡Chist! ¡El balde!
Aquello pareció terminar la discusión.
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Moby Dick
RandomAutor: HERMAN MELVILLE La historia la narra Ismael, un superviviente del último viaje del Pequod, el barco ballenero comandado por el Capitán Acab. Ismael nos cuanta como se enrola siendo un chaval en el Pequod, un barco que emprenderá un largo viaj...