14. El chico nuevo

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Llegar a la escuela tarde es lo peor.

Vienes corriendo, probablemente se te olvidó algo en casa, estás acelerada, sudada y cuando tratas de entrar no te lo permiten.

Pues eso fue lo que me pasó a mí.

Iba caminando por la calle. No llevaba mi auto porque necesitaba mantener algo de gasolina dentro del tanque para por la tarde ir a ver al abuelo.

Me había levantado temprano, me puse un ouffit bonito y luego tomé mis llaves para salir. Si caminaba rápido, quizás podía llegar a la hora justa.

El día anterior, luego de haber vuelto de casa de Jools me duché y estudié para el examen de hoy.

En mi mente se repasaba algunas ideas para el proyecto con Jools cuando crucé la calle.

Estaba casi vacía, solo vi un perrito durmiendo a un lado de la vereda.

Estaba a mitad de cruce, cuando me sobresalté por una bocina fuerte.

Abrí los ojos y miré a un lado pero nada, luego volteé a otro y ahí venía. Un viejo auto color rojo se acercaba a mí no a mucha velocidad.

El corazón se me detuvo, porque ya estaba muy cerca y no paraba.

Entonces me dio un empujón que me mandó hacia atrás y me raspó los costados de mis piernas.

Enseguida escuché el freno de mano y el auto se detuvo de golpe.

Mierda.

Me enderecé en el piso y miré mi pierna. Oh, no, mis mayas se rompieron y en la piel que se podía ver había unas heridas y raspones sangrantes.

—Oh, no —escuché que alguien decía—. Mierda, ¿estás bien?

—Voy a llegar tarde.

Como pude me levanté y tomé mi mochila. No podía perder ese examen. Era ahora o nada.

—¿Qué? —me volteé y un chico alto, de cabello largo y ojos pardos me miraba con el ceño fruncido—. Estás sangrando, es mejor que vayas...

—No me digas lo que tengo que hacer —dije con mala cara, el chico no supo qué responder—. Hoy tengo examen y no pienso faltar a él.

Y antes de que pudiese decir algo más me encaminé casi corriendo al instituto. La pierna me ardía cada vez que la flexionaba, y más de una vez sentí que los huesos se me acomodaban con unos craks.

Llegué con las mejillas rojas, el cabello pegándose a mi frente y con una línea de sangre que bajaba por mi pierna.

Pero fue en vano mi esfuerzo, porque cuando llegué la escuela estaba desierta. Cuando fui a mi casillero, lo abrí y comencé a dejar mis libros, entonces mi mente reconoció la situación.

Miré a un lado, asustada. Pero no encontré nada.

Retuve el aire en mis pulmones, comenzando a prácticamente lanzar mis libros a la taquilla, tomar lo que necesitaba y cerrarla.

Corrí por los pasillos con el corazón acelerado, mirando a cada lado pero definitivamente todo estaba vacío.

Di suaves golpes a la puerta y cuando el profesor dijo "pase" abrí y di un paso hacia dentro.

El profesor Briton estaba sentado en su escritorio revisando a toda velocidad algunos trabajos mientras mis compañeros estaban en un terrible silencio que me puso incómoda.

Todos levantaron la mirada y me observaron de arriba a bajo.

—Señorita Bentley, creí que no vendría.

A+ y tú menosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora