Capitulo 17: A lo que aferrarse

1.5K 292 140
                                    

Aquel beso no me dejó dormir en toda la noche. Desearía que no hubiese pasado porque ahora lo amaba más que nunca. No dejaba de pensar en ese momento que quería recordar toda mi vida. Ese beso despertó en mí una ilusión que era tan hermosa como espantosa. Era un beso que solo sería un amargo recuerdo de lo que nunca tendré del amor. Esa mañana fue horrible, el dolor de cabeza fue insoportable pero lo más insoportable fue el recordar todo lo qué pasó en la noche. Hubiera preferido no recordar nada porque así no pensaría a cada segundo en ese beso. Me puse en pie y camine hasta el tocador donde al verme al espejo sentí lástima de mí misma. Tenía el pelo despeinado, el rímel corrido y las ojeras llegando a mis mejillas. Era un desastre tanto por fuera como ahora por dentro. Me había convertido en una coleccionista de calamidades, una tras otra. Intenté con un poco de agua despertar la cara y verme aunque fuera menos pálida. Mis manos temblaban, no hallaba cómo salir de la habitación y darle la cara a Salvatore después de haberme besado. Respiré profundo y con el corazón levitando en mi pecho, salí de la habitación y lentamente caminé hasta la sala de estar. No lo vi por ningún lado hasta que su voz me hizo brincar del susto.

—  ¿Cómo has amanecido?

— Quiero irme a casa — Respondí algo cortante.

Salvatore se acercó a mí con un vaso y unas aspirinas. No se quien de los dos estaba más cortante, solo sé que el aire se podía cortar con un cuchillo de la tensión que había.

— Es para la resaca. Te ayudará con el dolor de cabeza.

— Estoy bien, quiero irme. Tengo cosas que hacer.

Negó con la cabeza rotundamente.

— Te irás cuando desayunes.

— No tengo hambre

— Entonces tendrás que comer sin hambre. No dejaré que te vayas de aquí sin que comas algo.

A regañadientes me llevó hasta el comedor y quedé algo sorprendida. Salvatore y una imagen de cocina era algo que nunca pensé que combinarían. Preparó unos waffles con frutas y aunque se veía delicioso esa otra yo que odiaba la comida comenzaba a tocar a la puerta. Su mirada me estaba fusilando, obligándome a probar los jodidos waffles porque no habría forma de zafarme de ese desayuno. Pero había algo más que me intrigaba, su actitud después de ese beso que nos dimos. Actuaba como si nada hubiera pasado y ni siquiera mencionaba la noche anterior.

— Estoy apenada por todo lo que pasó. Debían ser solo unas copas, estaba bien. No tenías que llegar hasta ese bar.

— Lo que te ocurra me importa mucho aunque no lo creas.

Asentí con la cabeza

— Te importa Alicia

— Me importan ambas.

— ¿Pasó algo cuando estaba ebria?

Algo nervioso pero al mismo tiempo con desdén, respondió agarrando su taza de café para darle un sorbo.

— ¿No recuerdas nada?— Negué con la cabeza— Nada especial ocurrió. Te busqué en el bar, te traje acá para que descansaras y ahora estás desayunando antes de ir a casa con tú madre.

Me quedé callada. Tenía que procesar todo aquello que había dicho. Me sentí como mierda porque la única que sintió aquel beso hasta en el fondo de su ser fui yo. El le importó tan poco que obvió por completo que ese beso pasó. Una lágrima cayó de mis ojos y busqué disimularla pero fue en vano. Salvatore sin saber porque derramaba lágrimas, preguntó qué me ocurría pero yo no sabía qué coño responder. En aquella mesa, en aquel instante me di cuenta que él era esa calle que nunca caminaría. El no me quería, Salvatore estaba lejos de siquiera sospechar que moría por él y no me quedaría sentada esperando a que me clavara otro puñal en el corazón. En ese momento me retiraría de la jugada, una cosa era el dolor que era mi vida y otra distinta era sufrir por elección. Apreté los dientes y sin poder mirarlo a los ojos, dejé los cubiertos sobre el plato y levantándome respondí.

Para no decirte adiós  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora