Capitulo 9: la de la mala suerte

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Faltaban solo dos archivos más y terminaba la primera parte de la mañana. No tenía hambre pero supongo que la hora de almuerzo me serviría para ir a fumar y tomar un trago. La parte difícil era ocultar el olor de Sandra que era una chivata y le diría rápido a Alicia. No se despegaba de mi ni un momento. Ella nunca me quiso y yo mucho menos. Mirándome ceñuda comentó

— ¿Qué es realmente lo qué haces aquí ah?

— Trabajo

— Ah y tú crees que yo soy idiota

— No lo creo, eres idiota.

— Eres una majadera. Haré que Alicia te corra de aquí.

— ¿Ah sí? Se te olvida que Alicia es mi mamá y ella prefiere verme aquí que allá afuera gastando sus tarjetas.

Cruzó los brazos y escéptica insistió.

— Qué es lo que buscas aquí

— Dinero. Necesito mucho dinero para irme de esta maldita ciudad. ¿Contenta?

Se quedó callada y después de unos segundos cuando pensé que ya me dejaría en paz, con una frialdad mucho más dura que las otras ocasiones, ella se acercó a mí y no dudó en recordarme que no encajaba en la vida de Alicia ni la de nadie.

— Le dije a Alicia que adoptarte sería un error y no me he equivocado. Solo le has traído desgracias y problemas. No puedes comportarte como alguien normal. Siempre tienes que estar amargandole la vida. ¿Ya olvidaste las veces que tuve que ir a sacarte de la comisaría por tus estupideces? Eres un desastre, y lo eres porque te da la gana. Hazle un favor a ti y a ella y alejate. Dejala ser feliz.

Sonreí fingiendo sarcasmo e indiferencia cuando en realidad Sandra logró terminar de hacerme sentir como una miserable pero no le daría el gusto de que se diera cuenta. Arqueé una ceja y tratando de ocultar el nudo que tenía en mi garganta respondí.

— También le dije que era un error adoptarme. Muy su problema, no el mio. Me importa una mierda si es feliz o no al igual que me importa una mierda lo que tu pienses. Ve consiguete una vida, una mujer a la cual comerle el coño y a mi déjame en paz.

— ¿De qué hablas estupida?

— ¿Qué? ¿Pensabas que no lo sabía? Se muy bien que eres una bollera que se esconde detrás de una falsa mala suerte en el amor para no aceptar quien eres. Quizá por miedo a lo que Alicia pueda pensar de ti. Tranquila, nadie lo va a saber mientras dejes de joderme la puta vida. Ahora, si no te importa, lárgate.

Los insultos se acabaron. Sandra no respondió nada y en cambio se fue pálida sin saber qué responder. Me quedé sentada en la silla y cubriéndome el rostro, conté hasta las diez. Me faltaba poco para terminar de ahorrar el dinero que necesitaba para poder irme de una vez lejos y no volver. Quería irme a un lugar donde nadie me conociera. Un lugar donde pudiera respirar sin sentir que hacerlo me pesaba. No sabía cómo decirle a Alicia o quizá no debía hacerlo. Solo debía desaparecer y no volver jamás. Dejar que hiciera su vida y yo tratar de hacer lo mismo con la mía. Se acercaba ese día en que las dos nos dividieramos. Después de las elecciones presidenciales sabía que Ryan quedaría electo y una vez fuera presidente del país, las cosas serían más jodidas que nunca. Alicia tenía un escape, Alessandro. Yo en cambio tenía que crear mi propio escape y pronto. Salí de mi oficina y al el vestíbulo de presidencia había llegado un hombre que por un momento me dejó en trance. Era..., era algo que mis ojos jamás habían visto. Era alto, de cabellera color miel ondulada, una piel clara con toques cálidos y unos profundos ojos azules en los cuales era fácil perderse. Su rostro, su rostro era hermoso, digno de admirarse sin cansarse. Parecía ser extranjero, nunca había estado aquí en la oficina y al escucharlo hablar su acento parecía italiano. Llevaba un traje ejecutivo color azul oscuro y al acercarme a él un olor que terminó por hacer temblar todo dentro de mi. Era un hombre de unos treintaitantos años, serio pero cordial al mismo tiempo.

Para no decirte adiós  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora