Capitulo 34: Belleza Interior

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capítulo desbloqueado ❤️

Elevó mis caderas hasta las suyas. No hubo tiempo de quitar ropa alguna, bastó con bajar la cremallera del pantalón y sacar por el hueco su polla para luego rozarla peligrosamente en la hendidura de mi vagina. Se sentía rico, glorioso, jodidamente placentero. Reposé mis brazos sobre sus hombros y rápidamente enrosque mis piernas en su cintura. No importaba si me cargaba, si me follaba de pie o en una cama, yo era como una pequeña hormiguita al lado suyo. El era enorme, sus brazos, sus piernas, sus labios carnosos y su pene grueso y palpitante, ¡joder! Aún sentía que me quedaba grande, daba cierto miedo y también delicia. Tenerlo ahí, rozándose suavemente mientras cada vello de mi piel se erizaba, su mirada tentando la mía y sus labios mordiendo suavemente mis labios me llevaron a un nuevo nivel en mi cuerpo que no conocía.

— No sabes cuánto te deseo pequeña, me tienes loco.

Sonreí y justo cuando hablaría, con solo hacer a un lado un poco la braga se ensartó en mi interior yéndose hasta el fondo y reemplazando cualquier respuesta en un ahogado gemido ahuecado.

— ¡Oh Dios! La tienes..., la tienes muy grande — mascullé con apenas un hilito de voz.

— ¿Ah sí? ¿Quieres sentirla completa?

Asentí con la cabeza jadeante y en segundos sentí mi útero contraerse, mi voz quebrarse en suspiros y mis uñas clavarse fuertemente sobre su saco. Me embistió con fuerza y la gravedad estaba totalmente de su lado. Lo sentía grueso, grande y caliente hasta el fondo de mi vagina. Me cubrió la boca y sonriendo morboso masculló.

— Shhh, si te escuchas..., pierdes.

Movió sus caderas cada vez con más fuerza, con más deseo, con ganas de romperme completa. Su rostro estaba rojizo, sus ojos, oscurecidos y su cabello algo humedecido. Lo único que se escuchaba en aquella oficina era el chocar de nuestros cuerpos con cada embestida como si de aplausos se tratase. Mi sangre ardía, el calor en la piel, el fuego entre mis piernas era nuevo, exquisito pero no tenía idea de cómo manejarlo. reí, jadeé y me gustaba sentirme llena, sentir el roce de su polla en las paredes de mi vagina. Estaba a punto de estallar en gemidos, en placeres y no sabía por donde desbordarme. Entonces así era, así se sentía, realmente aquello era el sexo, el deseo, el placer. Aquello inexplicable que sentí cada vez que él se adentraba en mí interior, cada vez me penetraba y al mismo tiempo me besaba. Ese cosquilleo intenso en mi vientre, el dulce dolor que provocaba su polla queriendo ir más allá de mis límites y el calor que todo mi cuerpo emanaba urgidamente comenzaba a ser más fuerte que mi resistencia. Quería gritar, gemir, decir groserías, pedirle que me embistiera con más fuerza pero estábamos en una oficina de presidencia en pleno medio día donde había docenas de personas trabajando para Salvatore. No dejó de cubrir mi boca y parece que eso le excitaba. Sonrió Victorioso al sentirme tiritando entre sus brazos y los pocos segundos terminé corriéndome sintiendo serpentinas revoloteando en mi vagina. Tiró suavemente de mi cabello haciendo que mi cabeza cayera hacia atrás de modo que mi cuello quedó totalmente expuesto ante su boca. Su lengua juguetona rozó mi cuello y jadeante susurró.

— Eres mía, pequeña.

Sonreí extasiada

— Solo tuya

Dando una última embestida se quedó inmóvil en mi interior aferrándose completamente a mi cuerpo. Su semen me rellenó completamente, estaba repleta, húmeda, gloriosamente extasiada y ahí, teniéndolo todo jadeante y urgido con los ojos profundos y sus manos sobre mi culo, me convencí de que ahora era otra mujer. Ahora estaba ilusionada, quería sentir, amar, vivir y seguir siendo esta nueva mujer.

— Estar entre tus piernas es un jodido paraíso

— Exagerado — Mascullé riendo

— Desde que te vi, sólo rogaba ser fuerte para no ir a la cárcel.

Para no decirte adiós  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora