Capitulo 7: Guerra interna

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— ¿La pasaste bien?

— Mejor de lo que pensé. Gracias por la invitación.

Sentirse bien era algo extraño, muy extraño para mi en mi vida. Pero más extraño era sentirme parte de algo, sentirme en cierto modo feliz. Subí al coche dispuesta a irme directo a la cama. Estaba muerta del sueño y lo único que quería era llegar a la casa y dormir. Ya me estaba acostumbrando a la paz. Me gustaba como se sentía una casa sin golpes, sin gritos, sin pesadillas. Cenar en paz, ver una película o simplemente leer un libro en la sala de estar junto a la chimenea hasta quedar dormida. Dejé el abrigo en el recibidor junto a las botas que estaban algo mojadas. Rosa seguramente las tendría limpias para el día siguiente. Mi sonrisa se quebró por completo. El miedo volvió, el infierno comenzaba nuevamente. Mis ojos se llenaron de lágrimas y solo quería salir corriendo de aquel lugar.

— Que horas son estas de llegar, Aitana...

— Tu..., tú..., pensé que estarías fuera de Madrid.

— Si..., se supone. Pero sabes..., tengo un sexto sentido para detectar cuando intentan engañarme. Dime Aitana, ¿Me has engañado?

Negué con la cabeza

— No

— ¿Dónde está Alicia?

— Ella, ella está con Sandra

Se levantó del sofá y caminó hacia mí. Su mano se cerró en un puño y dándome un puñetazo en la cara hizo que cayera al suelo.

— Respuesta incorrecta. ¡Dónde está esa perra!

— No lo sé, te juro que no lo sé.

Volvió a golpearme una y otra vez. Con cada patada, sacaba hasta el último aliento de mis pulmones. Tiró de mi cabello y a rastras me llevó a mi habitación. Me lanzó en la cama con fuerza para seguirme golpeando. Intenté luchar pero cada vez que lo hacía, lo lograba golpearme más fuerte. En ese momento le pedí a Dios, le rogué que me salvara. No hay un Dios, rogar no sirve de nada. Solo hay dolor, maldad, solo eso. Si tan solo hubiese sabido donde estaba Alicia exactamente, lo hubiera dicho. Tiro de mis talones y acercándome al pie de la cama comenzó a quitarme la ropa. Quise luchar, quise pelear pero estaba a punto de perder el conocimiento de la paliza que me había proporcionado. Apenas podía abrir los ojos; mi rostro estaba húmedo, seguramente por la sangre que brotaba de mi cabeza. Con las últimas fuerzas que me quedaban le pedí que se detuviera. Le rogué como nunca pensé que rogaría en cambio para él eso fue más afrodisiaco para su morbosidad.

— Alicia no está..., mi esposa se ha ido entonces tú ocuparás su lugar hasta que se digne en aparecer. Agradécele a tu madre por esto.

Me tiró, me golpeó y al mismo tiempo me penetraba en posiciones humillantes que apenas podía sostener por el dolor en mi cuerpo. No podía hablar, no podía gritar. Era presa de mi cuerpo en aquel momento. Sentía todo lo que me estaba haciendo. Como me tocaba, como me obligaba a actuar. Si no hacía lo que quería, volvía a golpearme pero llegó un punto en que los golpes ya no dolían. Solo los sentía, pero no dolían, mi cuerpo se sacudía, mis ojos solo veían el rostro de ese miserable repleto de placer y morbosidad. Luchar era inútil, estaba tumbada en aquella cama con lágrimas cayendo de mis ojos y el corazón endureciendose, cada vez más. Cerré los ojos y solo quería una cosa, quería morir. Si decía algo, me golpearía hasta matarme, si decía algo, no solo me golpearía, se encargaría de que Alicia sufriera igual o peor. Ella ahora tenía amor, tenía una oportunidad y merecía al menos intentarlo. El amor no es fácil porque no está hecho para todo el mundo. Estaba claro que yo no lo conocería, jamás.

*****

Despertar al día siguiente fue doloroso, no podía moverme sin sentir que algo dentro se quebraba. La sangre había manchado mi almohada y apenas podía caminar sin sentir que caería al suelo. Lloré, lloré tanto que las lágrimas estaban comenzando a secarse. Caminé cojeando hasta el tocador y al verme al espejo me odié más que nunca. Tenía moretones por todo el cuerpo, había mordido mis pezones tan fuerte que los había hecho sangrar. Sobre el lavabo Ryan había dejado un bote de diazepam y morfina junto a una nota burlesca. "Tu recompensa por ser buena chica anoche, drogate..., disfrutalo" desesperada agarre aquellas píldoras y me las tome para seguido inyectarme la morfina. De un segundo a otro caí al suelo en un trance profundo en el cual no sabía si estaba despierta o delirando. Rosa entró a la habitación, al verme tumbada en el suelo con el rostro lleno de angustia intento ponerme en pie.

Para no decirte adiós  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora