Capitulo 40: Calma

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Actualización de la semana ( Disculpen la demora pero estoy de vacaciones)

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En unas horas se iría y aún no me hacía la idea de estar sola sin él por una semana. Tenía un sentimiento extraño, no lograba entender porque un simple viaje de negocios me hacía sentir tan insegura. Salvatore me pidió que lo acompañara a la empresa a dejar unas cosas listas antes de irse y honestamente odiaba estar allí. Las miradas de todos eran de burla, otras de cuestionamiento. Bastó con ir al tocador y estar dentro de uno de los cubículos para escuchar una conversación entre dos empleadas que me hizo decaer por completo.

— Creo que el jefe está buenísimo y todo pero en los gustos nada que ver. ¿No la viste? Nada que ver con él.

— Tal vez quiere probar con una corriente — rieron — pobrecita, los días con ese hombre los tiene contados. Cuando aparezca una modelo ella no será nada.

Impulsivamente salí del cubículo y al verme ambas se quedaron calladas llenas de pena. Me acerqué al lavabo y mientras me lavaba las manos lo único que se escuchaba era el grifo de agua abierto. Secándome las manos suspiré y con tono indignado comenté.

— Puede que sea insignificante..., oh pero que darían muchas incluso ustedes ser lo poca cosa que soy yo como para estar en mi lugar. Mientras ustedes sólo trabajan para él, yo duermo en su cama. Que tengan un maravilloso día.

Salí de allí fingiendo una fortaleza que rápido se fue al carajo una vez salí del baño. Caminé hasta la oficina de Salvatore y al entrar y cerrar la puerta me recosté sobre la misma mirándolo por unos segundos. Me preguntó si estaba bien, ¿lo estaba? No tenía idea pero tuve en ese momento mil preguntas en mi mente. Salvatore era fogoso, estaba convencida de que era de esos hombres que les gusta el sexo caliente en la oficina, en el coche, donde lo pillara las ganas. En cambio yo apenas iba asimilando el sexo y lo que sentía cuando lo tenía. Era loco amar a alguien tan distinto en todos los sentidos.

— Nena..., ¿Estás bien?

Asentí con la cabeza

— Si estoy bien

— ¿Insistes en mentirme?

— No es nada, de verdad.

Se puso de pie y caminando hacia mí me hizo rápidamente tragar saliva y dar dos pasos hacia atrás. Cuando me acorralaba de esa manera era por dos cosas: Me follaría allí mismo o me regañaría por mi falta de autoestima.

— Trato de ponerme serio contigo, de no..., desearte en momentos inoportunos pero tú no ayudas.

— ¿De qué hablas?

— Estás sonrojada y eso.... Eso me excita, me fascina.

Bajé la mirada con pena y enseguida respondí.

— Sabes que pienso a veces, que es un error el que sintamos lo que sentimos.

— ¿Qué?

— Mírate, eres capaz de follarme aquí mismo y no sentir pena. Eres libre, disfrutas de tu sexualidad sin..., sin tener mil miedos en la cabeza. Yo quisiera que....

En uno de sus arrebatos locos, agarró mi cintura acercándome a él lo suficiente como para poder sentir su polla dura y sus caderas ansiosas por domarme. Me miró, sonrió y no dijo nada, solo levantó mi falda y de un sutil tirón hizo trizas mi braga. Tirite, mi vagina de cero se puso a cien en cuestión de segundos. Él sabía cómo debilitarme, un par de besos en el cuello y ya estaba empapada. Mordió suavemente mi labio inferior y susurrando en mi oreja hizo levitar todos mis sentidos.

— Me calienta esa cara de inocente que pones cuando en realidad eres una traviesa.

— Detente

— ¿Por?

Para no decirte adiós  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora