•Capítulo 23: Vete a la mierda

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— ¿Cuál es tu puto problema? Sé que soy una jodida diosa, pero esto ya cae casi en lo acosador ¿Quieres que te reporte? 

Luis la miró unos segundos antes de sonreír, la conversación con Heidi el día anterior rondaba su cabeza, pero es que le parecía algo imposible de creer, ya no solo estaba lo dicho por su amiga sino la conversación que había escuchado. 

El cambio de horario había acelerado un poco más las cosas, al estar tan cerca de la costa el clima era demasiado húmedo y eso afectaba el rendimiento de su personal. Miranda había pensado en una mejor solución, ya que habían trasladado a todo el personal a un alojamiento cercano y habían dividido la jornada, para evitar las horas más calurosas. 

— ¿Señor Saltzman? —despegó la mirada de la pelinegra, para ver al flacucho y siempre nervioso asistente de Avery O'Donell, parecía una escuálida ardilla con exceso de cafeína— ¿P-Podemos hablar un minuto? 

—Si, claro —sacudió sus guantes eliminando el resto de arenilla antes de quitárselos y siguió al pobre hombre. — ¿Qué sucede? 

—La señora O'Donell quiere saber si el personal se siente agusto con el cambio de la jornada, ella se preocupa por las condiciones de todos sus empleados y en este momento ustedes lo son. 

Después de pasar cerca de media hora explicándole todo al nervioso hombre, Luis pudo regresar a su trabajo. 

(...)

Se sentía mal, la noche anterior las pesadillas la habían atormentado la mayor parte de la noche y no había podido dormir mucho. 

Le dolía el tobillo, aunque traía botas de trabajo, el dolor no dejaba de martillarle y el médico de la obra era hombre, no dejaría que alguien extraño le viera el culo. 

Solo quería que el día terminará y poder irse a dormir, estaba a un paso de reportarse enferma al día siguiente, sino fuera porque tendrían junta con el cliente, realmente lo haría. 

— ¿Qué es ese alboroto? 

Le pregunto a Luis, había tratado de evitarlo desde aquella mañana, a veces era demasiado, era alguien muy complicado de leer y la hacía darse cuenta de lo vulnerable que era. 

—Míralo tú misma. 

Ahí en medio de la obra y con un balón de basket por panza se encontraba Katrina, rodeada de muchos de los empleados. 

—… de verdad que sus regalos son preciosos, Javier, dile a tu madre que me ha encantado la cobijita que ha tejido, la tengo lista para usarla. 

— ¡Kozlov! 

— ¡Miranda! —ambos vieron a la pelinegra tambalearse por el terreno— te estuve llamando y no respondiste, tienes que firmar unos permisos. ¡Hola Luis!

—Sabes que no debes venir a la construcción  es peligroso. 

Ambas mujeres se alejaron hacía una zona más despejada. Luis no pudo apartar la mirada hasta que desaparecieron. 

(...)

Ya casi comenzaba a amanecer, los trabajadores del turno nocturno ya se habían ido y la construcción estaba en silencio esperando por los demás.  Miranda había entrado a la oficina provisional un par de horas atrás, presa de una terrible migraña, le costaba incluso abrir los ojos, estaba sudorosa podía sentir cómo la ligera blusa de tirantes que traía se le pegaba a la espalda, ya había vaciado su estómago y sentía su garganta rasposa. 

Escuchó cómo abrían la puerta de entrada y se levantó de golpe nerviosa, tratando de aparentar normalidad. 

— ¿Miranda? ¿Qué haces todavía aquí?

Lo Intrincado del Destino [Saga Tough 4°]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora