Capítulo 13

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Lluvia. Ese fue el reemplazo de las hermosas capas de nieve, una vez que volvimos al castillo.

Las clases empezaron al día siguiente de mi regreso. Y, al igual que el resto del año, Theo y yo pasábamos los recreos en la biblioteca, la sincera búsqueda de conocimiento se había vuelto algo más cuando empezó a llegar con mucha frecuencia un grupo peculiar, el trío dorado: Harry, Ron y Hermione. Calculé el tiempo en el primer libro, llegando a la conclusión de que aún no descubren el misterio de Nicolás Flamel y, sobre todo, de la Piedra Filosofal, capaz de convertir los metales en oro y de producir el Elixir de la Vida.

La biblioteca es enorme, por lo que no suelen darse cuenta de nuestra presencia. Al verlo aquí, noté a Harry afligido, no solo era el cansancio de las clases y sus constantes entrenamientos para el quidditch, había algo más. Algo que entendí a la perfección. Él ya vio el espejo.

-Leí el libro. -dijo Theo en un tono incómodo, al otro lado de la mesa.

-¿Enserio? ¿Te gustó? -contesté sin mirarlo. Me concentraba en fingir leer el libro y observar a los gryffindors en la otra mesa.

-Sí, fue muy interesante -su voz sonaba molesta -. Hubo una parte que realmente me intrigó.

Dejé de prestar atención a los otros para ver a la persona que parecía indignada frente a mí. Su rostro gélido se quedó fijo en un punto, sonreí, incentivando a que hablara.

-Me trataste como al zorro.

Lo miré un segundo y acabé soltando una carcajada. La bibliotecaria me dio una mala mirada, tapé mi boca asustada. Tomé aire, moviendo mi mano en pausas.

-¿Dices que te domestique? -traté de sonar lo menos burlona posible. No hacía un buen trabajo, su aura furiosa lo confirmaba.

-No. Dije que trataste.

-Estás aquí, eso implica que tuve éxito.

Se calló. Leyó su libro con el ceño fruncido, dudaba que eso fuera enojo, si no, una muralla que escondía su vergüenza.

-Cálmate -jalé de la manga de su túnica sobre la mesa, haciendo que me observará -. Es una metáfora, no hay domesticación. Somos amigos.

Se relajó, volviendo a su actitud fría habitual. Solté su manga, tomando de nuevo mi libro, esta vez, para leerlo.

-A menos que veas el trigo y pienses en mí. -bromeé con una sonrisa, escuchando un bufido como respuesta.

Después de unos días, los niños descubrieron el misterio de Flamel. Me enteré cuando los escuché en los pasillos, discutiendo sobre lo que harían si tuvieran la Piedra Filosofal en su poder. Al parecer, reaccionó por algo que sucedió después de que Neville llegara a la sala común afectado por el Maleficio de Piernas Unidas, cortesía de Malfoy.

Además de eso, me enteré de la posición de árbitro que tendría Snape en el próximo partido: Hufflepuff contra Gryffindor. Estaba segura de que sus razones eran por la protección del niño-que-casi-no-sobrevivió al último partido, sin embargo, sabía que aprovecharía para favorecer a Hufflepuff.

Su actitud en las clases era cada vez peor, eso asustaba a la mayoría de gryffindors, quienes corrían del salón en cuanto acababa su clase de pociones, dándome la oportunidad de cumplir el primer paso para que el me tomara como aprendiz.

-Profesor Snape. -llamé, frente a su escritorio, de nuevo.

Cerró los ojos, dando un largo y profundo suspiro, antes de dirigirse a mí.

-¿Necesita algo, señorita Ethelwold? -dijo con voz baja y profunda.

Por alguna razón, me sentía bastante intimidada por su persona. Me giré, buscando algo en mi bolso, lo encontré al fondo cubierto de pergamino.

Reencarné En La Piedra FilosofalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora