VI

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La cena fue en un gran salón tallado en piedra de color azul oscuro

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La cena fue en un gran salón tallado en piedra de color azul oscuro. Una columna recorría ambos lados; a la izquierda, detrás de los pilares, la pared de piedra eraáspera y sin refinar, pero a la derecha había una gran pared hecha de vidrios de colores. No había dibujos en el cristal, solo un intrincado remolino de rombos de colores proyectando un arco iris de luz tenue sobre el blanco mantel. En el otro extremo de la sala, un gran arco vacío daba al cielo del oeste, por donde el sol se estaba poniendo. A pesar de la lejanía del horizonte, le pareció extraño lo cerca que seveía: el veteado era más grande y su superficie más traslúcida, de un brillante color dorado con vetas rojas.En medio del glorioso cielo una mancha oscura. Crecía rápidamente, hasta que vislumbré la forma de un gran pájaro negro, tan grande como un caballo. A medida que se acercaba al arco se ralentizó, su cuerpo se fundió transformándose en un hombre.No, no en un hombre: en el Bondadoso Señor. Aterrizó con un silbido suave, con las botas taconeando en el suelo mientras las a las se plegaban convirtiéndose en sulargo abrigo negro. Por un momento tuvo un aspecto humano, lo encontré hermoso.Luego se acercó tanto como para que pudiera observar sus ojos felinos color carmesí y la piel se me puso de gallina ante aquella monstruosidades. 

—Buenas noches. —Se detuvo en el lado opuesto de la mesa, con una manos sobre el respaldo de su silla

—. ¿Te gusta tu nueva casa?Sonreí y me incliné hacia delante, con los codos sobre la mesa y juntando los brazos a mis costados para resaltar mis pechos.—Me encanta.Apenas sonrió, era como si se aguantara una risotada.

—¿Cuánto tiempo has estado practicando ese truco?

«No dejes de sonreír»,

pensé. Pero me ardía la cara sólo de darme cuenta de lo pueril de la situación.

—¿Fue tu tío quien te lo enseñó? Porque, entre tú y yo, estoy seguro de que hasta un gato abandonado podría resistirse a tus encantos.Lo peor era que la idea me la dio él —pero no necesitaba decirlo así. Como si yo me pareciese a Tío Remus. Como si tuviera derecho a criticarlo.Dijo algo más, pero no me di cuenta; estaba contemplando el plato vacío que tenía delante, respirando lentamente y tratando de no sentir nada. No podía perder los estribos otra vez. Ni allí ni en aquel momento.

Notaba algo como un hormigueo bajo mi piel, como un zumbido en los oídos, ocomo una corriente helada tratando de alejarme. Hice una lista mental de los símilesen mi mente, pues en ocasiones, si analizaba las sensaciones a fondo, desaparecían.Su aliento cosquilleó en mi cuello y me estremecí. Estaba a mi lado, inclinándose sobre mí mientras me decía: 

—Siento curiosidad. ¿Qué consejos te dio tu tío?La estrategia a seguir desapareció de mi mente. Cogí mi tenedor e intenté apuñalarlo.Agarró mi muñeca justo a tiempo.

—Esto ya es otra cosa.

—Lo siento... —dije de forma automática, entonces miré sus ojos.Él había matado a un sin fín de personas, incluyendo a mi madre. Había tiranizado mi país durante novecientos años, usando a sus demonios para mantener a la gente aterrorizada. Y había destruido mi vida. ¿Porque debería estar arrepentido?Cogí el plato y lo estampé contra su cara, luego agarré el cuchillo e intenté apuñalarlo con la zurda. Casi lo consigo, pero entonces me retorció la mano derecha.El dolor recorrió mi brazo y ambos caímos al suelo. Por supuesto él cayó sobre mí.

PRIS AVEC LA BÊTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora