XXXII

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—Estáis preciosos —dijo Tío Remus

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—Estáis preciosos —dijo Tío Remus.

—No puedes verme —dijo Harry y aproveché la oportunidad para quitarle el velo. Se rio y me lanzó una mirada triunfal antes de abrazar a Padre, que la atrajo hacia su pecho con un suspiro.
—Precioso —dijo, depositando un beso sobre su cabeza. Luego me miró a mí

—.Neville, he hablado con tu tutor. Le he pedido que escriba una carta de recomendación para Hawarts y me ha dicho que lo hará.Asentí, agarrando el velo y presionando mis labios en una fina línea, a pesar de querer bailar al rededor de la habitación.

—Gracias, Padre.Padre sonrió y besó a  Harry en la cabeza de nuevo. Nunca me trataba de la forma en que lo hacía con ella, pero se enorgullecía de mí como nunca lo había hecho de ella. Saberlo aún dolía, pero la mayoría del tiempo estaba en paz con él.

—Deberíamos irnos —dije. Padre soltó a Harry. El se sometió brevemente al beso de Tío Remus y volvió a mi lado. Salimos fuera juntos, cogidos de la mano. El sol acababa de ponerse, restos de luz sobre volaban el cielo, pero las estrellas empezaban a brillar.«Como los ojos de todos los dioses», pensé, e intenté recordar dónde había leí doesa frase. Un antiguo poema quizás. Harry tiró de mí.

—Ya has visto las estrellas antes.

—Lo sé —murmuré, siguiéndola lentamente.Me lanzó una sonrisa por encima del hombro.

—¿O es que estás observando el hogar de tu verdadero amor? Ni siquiera había pensado en el castillo, pero ahora que lo decía, no pude evitar mirar al este donde, sobre unas colinas, reposaban las ruinas del antiguo castillo,como una silueta contra el cielo oscuro. Nadie había intentado reconstruir la casa de los antiguos reyes después de que fuera destruida en una sola noche.

 Los registros de aquellos días prácticamente se habían perdido, pero las leyendas decían esto: hacía novecientos años, Slytherin fuego bernada por una dinastía de reyes sabios y justos que defendieron la tierra con las artes Herméticas, pero una noche, mientras el rey se estaba muriendo, una condena cayó sobre ellos: una condena o un monstruo —las leyendas difieren—, destruyendo el castillo entero y podría haber destruido toda Slytherin  si no hubiera sido porque el Último Príncipe se había sacrificado ante Los Bondadosos. El trato era que, mientras estuviera atado al castillo como fantasma, cualquier mal que lo hubiera destruido también lo estaría. Así que el castillo nunca pudo ser reconstruido y la dinastía de reyes se perdió para siempre, mientras Slytherin  permanecía a salvo. Las historias siempre terminaban de la misma forma: a veces, a media noche, el Último Príncipe camina entre las ruinas. Si lo ves, puedes llamarlo por su nombre.

—THEODORE NOTT SLYTHERIN—, y entonces se girará y te hablará, queriendo saber si su gente está a salvo. Pero siempre se des vanece al amanecer. Escuché la historia, por primera vez, a los siete años y me pasé el día llorando antes de prometer que iba a encontrarlo y casarme con él. Los siguientes años, me escabullía al castillo para jugar entre las piedras caídas. Decía su nombre con anhelo, pero también con miedo, preguntándome cómo sería reunirme con él. Hasta que una noche, tomé una lámpara Hermética y el reloj de bolsillo de Padre y, después de que Tío Remus  me acostara, me escabullí en dirección al castillo. Me senté en una piedra, temblando a pesar del abrigo, hasta que el reloj de bolsillo marcó la media noche.

Pero cuando le llamé por su nombre, nadie contestó. Ahí comprendí lo tonto que había sido al pensar que podría tener un amor con una leyenda. Lloré y me fui a casa, evitando el castillo desde ese día. La plaza principal del pueblo estaba iluminada por antorchas y guirnaldas que colgaban de la hiedra 

—los emblemas de Tom-el-Solitario y Brigit. Una gran hoguera crepitaba en el centro, mientras a la izquierda se encontraban las pequeñas brasas para cocinar, donde dos corderos daban vueltas y una gran olla de sopa tradicional de castaña burbujeaba. El olor a especias flotaba en el aire y se mezclaba con el ruido de los violinistas 

—junto con el rugido de la charla, pues medio pueblo estaba en la plaza. La mayoría estaban sentados en las mesas que rodeaban la hoguera, mientras algunas mujeres se afanaban en terminar los preparativos y los niños saltaban a su alrededor. Todos; jóvenes y viejos por igual, tenían cintas atadas en sus muñecas,brazos y pelo, al igual que Tom-el-Solitario.Estábamos casi en la plaza cuando la vieja Nan Hubbard se abalanzó por detrás sobre nosotros. Era una mujer robusta a la que le faltaba un diente; había sido la mujer de Tom-el-Solitario cuando era joven y ahora no solo era una herbolaria, sino lo más cercano que tenían a una sacerdotisa.

—¿Qué estás haciendo con el velo quitado, desvergonzado? —le exigió a Harry.Las cintas colgaban de sus rizos grises y se balanceaban sobre su rostro.

—¡Lo siento! —dijo el

—Es que es una noche tan encantadora, quería sentir la brisa.—Sentirás el peso de mi mano si sigues haciendo esperar al dios. 

—Detrás suyo,vi a tres jóvenes levantar el hombre de paja.Sonreí.

—La tendré lista —dije y arrastré a Harry de vuelta a las sombras

—Creo que sospecha algo —añadí en voz baja, una vez fuera de su vista. Harry se encogió de hombros.

 Harry se encogió de hombros

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PRIS AVEC LA BÊTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora