XXVII

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El pasillo era justo como lo recordaba; las molduras de colores chillones y los murales con figuras retorciéndose

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El pasillo era justo como lo recordaba; las molduras de colores chillones y los murales con figuras retorciéndose.Mis pasos resonaban al andar y miré nerviosa hacia atrás, pero Theo no apareció.Ya casi había amanecido. Probablemente estuviera en su habitación, rodeado de velas. Recordé la forma en que se acurrucaba en mis brazos, resguardándose de la oscuridad.

«Se lo has prometido a Harry. Por el bien de Slytherin».

Me obligué a seguir. Él era el enemigo. Tenía que detenerle.La puerta estaba igual: pequeña, de madera y en marcada por un horror inimaginable. Puse la mano en el pomo. ¿Había temblado bajo mi toque?¿Y si el anillo no funcionaba y no conseguía controlar a los Hijos de Tifón?«Te lo merecerías. Por lo que planeas hacer». Theo me había dado el anillo con amor y confianza y yo lo estaba usando para destruirle.«Lo has prometido», me recordé a mí mismo y, antes de dudar un instante más,abrí la puerta de par en par.

El vacío apareció ante mis ojos. Intenté hablar, pero mis labios no se movían.Desde lejos, en las profundidades, me pareció oír el eco de una canción.«Hijos de Tifón», pensé, pero mi lengua no se movió. Tragué, apreté los puños y finalmente fui capaz de articular las palabras.

-Hijos... de Tifón..., traedme a Sombra.Hubo un suave murmullo, como el de un millón de pequeñas garras arrastrándose por el suelo, como un burbujeo de agua. Y entonces, la oscuridad se abrió y Sombra cayó hacia delante. Apenas pude cogerle, su peso me echó hacia atrás, entonces lo bajé hasta el suelo.Su ropa estaba rasgada y harapienta. Le sangraban los dedos como si hubiera estado arañando la tapa de un ataúd y le goteaba también de las orejas y la nariz,marcando de color carmesí su piel incolora. Por toda su cara y manos había las mismas cicatrices pálidas que la oscuridad dejó sobre Theo.

Sin embargo seguía respirando fuertemente. Aún estaba vivo; aún podía salvarle a él y a Slytherin.Puse mi mano derecha -la que llevaba el anillo- sobre su frente y dije-Cúrate -lo dije tan imperativo como pude. Pero no pasó nada; permaneció inmóvil, con el aire entrando y saliendo a ritmo de un sueño perfecto

.-Cúrate -dije de nuevo-. ¡Despierta!Pero no se movió.Me acerqué a su oído y le susurré.

-Sé quién eres. Vuelve.Nada.Luego recordé como mi beso había conseguido que fuera capaz de hablar.Recordé, también, media docena de cuentos y que Theo me había dicho que a Los Bondadosos les encantaba dejar pistas.

-Por favor, despierta -dije y, muy suavemente, le besé en los labios.Suspiró. No abrió los ojos, pero las cicatrices en su rostro empezaron adesvanecerse. El corazón me latía apresurado. Besé su frente, sus orejas y finalmentesus labios de nuevo; al terminar, la piel de su rostro se veía fresca y sana.Cogí sus manos. Uno a uno, besé los dedos ensangrentados, intentando ignorar el olor y el sabor de la sangre y sus dedos se curaron bajo mis labios.«Se lo ha hecho Theo», pensé mientras besaba cada dedo. «Theo sabía cuánto sufriría y aun así lo hizo. Merece la traición».

Si podía concentrarme en aquel pensamiento, podría ser suficientemente fuerte.Besé las palmas y dejé caer sus manos. Parecía curado, pero seguía sindespertarse, así que besé sus labios de nuevo.En esta ocasión se despertó de golpe, aspirando aire con fuerza. Me observó con los ojos muy abiertos y aturdido, de la misma forma en que le miré yo cuando metraicionó en el Corazón de Fuego.

Él intentaba salvar Slytherin. Y ahora yo traicionaba a Theo por la misma razón.Durante unos segundos su boca se movió sin emitir ningún sonido, entonces dijo sin mirarme:

-¿Has venido... a castigarme?Su voz era áspera y ronca, como si hubiese estado gritando, y sentí mi estómago revolverse. Todo el tiempo que disfrutaba con mi marido, a él le torturaban los Hijosde Tifón.

-No. -Cogí sus manos-. No. Estás a salvo.Se estremeció y centró su mirada en mí.

-Neville-dijo con la voz entrecortada y luego repitió

-. ¿Has venido acastigarme?-He venido -dije vacilante-, para salvarte y matar a mi marido.Se incorporó lentamente, haciendo una mueca al apoyarse contra la pared.

-Gracias.Ni siquiera intenté apartar la amargura en mi voz.

-Era mi deber.Encontró mi mirada.

Encontró mi mirada

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PRIS AVEC LA BÊTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora