XXI

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-No puedo ir a ningún sitio que no sea esta casa -puntualicé-

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-No puedo ir a ningún sitio que no sea esta casa -puntualicé-. Entonces, ¿qué pasa con el Corazón de Aire? Está tan en el exterior como cualquier lugar de Slytherin.
-Estaba contigo.-Entonces llévame a la tumba. No hace falta que vayamos el Día de los Muertos, solo... pronto.Theo borileó sobre una pila de libros. Fuera, el viento gemía suavemente.-Por favor -dije.De repente, sonrió.-Te llevaré. Ya que lo pides tan amablemente.-Gracias -le dije, mientras besaba su mejilla. Theo cumplió su palabra. Me llevó apenas unas horas más tarde, cuando el sol brillaba en lo alto del cielo y el apergaminado a su alrededor tenía un tono tan dorado que dejaba por los suelos sus rayos.-Coge lo que quieras para la ofrenda -dijo, así que busqué por la casa hasta encontrar velas y una botella de vino. Theo sacó una llave de marfil y abrió una puerta blanca que no había visto hasta el momento. Al otro lado estaba el cementerio.La atravesé y me encontré de pie ante la puerta principal. Justo delante, un revoltijo de lápidas en filas irregulares, había desde pequeñas los has planas con estatuas y santuarios en miniatura hasta algunas el doble de grandes que un hombre.La tumba de Madre estaba en la parte trasera del cementerio. Podía haber ido ensueños -realmente parecía que estaba soñando, acercándome a zancadas, a plena luz del día y con el Bondadoso Señor a mi lado.

El aire era fresco y el viento soplaba aráfagas irregulares que olían a humo, hojas rojas se arremolinaban a nuestro alrededor y crujían bajo nuestras botas. Sobre nuestras cabezas, los agujeros del cielo bostezaban como tumbas abiertas, pero ya estaba más que acostumbrada. Sin embargo, tenía temor de que pudieran vernos ojos humanos, que todo el mundo.

- estuviese escondido tras las lápidas a la espera de saltar y condenarme por mis pecados. Miré a mi alrededor una y otra vez y, aunque no vi a nadie, no pude evitar sentir que me estaban observando.La tumba de mi madre no era la más grande, pero era elegante; un dosel de piedra albergaba un lecho de mármol sobre el cual yacía una estatua de una mujer envuelta, tallada tan delicadamente que podían verse las líneas de su rostro a través de los pliegues de gasa. A un lado estaba tallado REGULUS BLACK y, justo de bajo, un verso.

-en latín, ya que mi padre era un erudito-: «IN NIHIL AB NIHILO QUAM CITORECIDIMUS».De la nada a la nada, con qué rapidez recaemos.Me arrodillé y dispuse las velas. Theo, de pie junto a mí, las encendió con un chasquido de dedos y luego se metió las manos en los bolsillos de su largo abrigo oscuro. No recordaba haberle visto tan tenso e incómodo, allí de pie.

-Pareces un espantapájaros -dije-. Arrodíllate y dame el sacacorchos.Se arrodilló y me entregó el sacacorchos. Tras unos segundos de luchar con mis dedos helados, conseguí abrirla. Vertí un chorro de vino en un trozo de tierra frente ala tumba.

-Bendecimos y honramos a los muertos -susurré. Las palabras del ritual mereconfortaron

-Te bendecimos, te honramos, recordamos tu nombre.Levanté la botella y bebí un sorbo. Era dulce y picante, como el viento de otoño,y quemaba a su paso por mi garganta. Entonces le tendí la botella a Theo.Me miró sin comprender.

PRIS AVEC LA BÊTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora