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En los siguientes días hubo momentos en los que me sentía como en un sueño

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En los siguientes días hubo momentos en los que me sentía como en un sueño.Toda mi vida supe que iba a casarme con el Bondadoso Señor, toda mi vida esperé que fuera un horror y una condena. Nunca pensé que fuera a conocer el amor y mucho menos en sus brazos. Ahora que cada hora era como una delicia, no podía creer que fuera real.Seguíamos buscando una respuesta. 

Buscábamos en la biblioteca y merodeábamos por los pasillos, pero parecía más un juego que una búsqueda. Y jugábamos en aquella casa. Nos perseguíamos el uno al otro entre las rosas del jardín,jugando en turnos al escondite, construimos castillos en una habitación de arena y le obligué a sentarse en la cocina mientras intentaba cocinar algo para él y prendía fuego a las sartenes. Yo era su placer y él era el mío. 

Había leído poemas de amor al estudiar las lenguas antiguas, pero, a diferencia de Harry, nunca los había buscado. Había aprendido sobre la rima de las palabras y las frases, pero siempre me habían parecido adornos vacíos. Decían que el amor era terrible y tierno, salvaje y dulce, y para mí no tenía ningún sentido.Pero ahora sabía que cada palabra era cierta.

 Theo seguía siendo él mismo,burlándose, salvaje e inhumano, tan terrible como una legión preparada para la guerra, pero en mis brazos se volvía suave y sus besos más dulces que el vino.De vez en cuando, la campana sonaba y me dejaba hablar con el desesperado idiota que lo había llamado. Pero cuando volvía, ya no me contaba qué caprichoso trato había llevado a cabo y parecía cansado, no se reía del mundo, así que lo abrazaba y besaba sin que me lo pidiera, conteniendo mis miedos y esperanzas.En ocasiones, pensaba en Harry, en Padre y en mi misión. En Oliver, mi madre y todos los que sufrieron. Pero con el espejo roto, no tenía forma de volver aver a Harry, no había ni la más remota posibilidad de saber qué pensaba de mí. Y ahora que sabía que Theo también era un prisionero, no deseaba vengarme de él. 

Y a veces un descenso de la luz, el crujido de una puerta —algo ni mio y ordinario—, despertaba el crepitar del fuego en mis oídos y le hablaba a Theo en palabras de fuego, pero nunca me contaba qué decía. 

—¿Recibimos mensajes de Los Bondadosos y no quieres contármelos? —exigí una tarde.Estábamos en una habitación húmeda repleta de estantes llenos de relojes de cuco y, cuando Theo le dio cuerda a uno, el movimiento errático de las a las rojas y azules hizo que palabras extrañas salieran de mis labios, hasta que me apretó contra los estantes y me besó profundamente. Ahora tenía un calambre en el cuello y no me sentía precisamente paciente. 

Theo se volvió, lanzó el ave causante contra el suelo y la aplastó bajo su bota. 

—No son «mensajes». Es siempre lo mismo. 

—Entonces, si tú has sobrevivido a quince repeticiones, no puede hacerme daño escucharlo.No me miró. 

—¿Sabes por qué sobrevivo en la oscuridad sin importar cuánto me queme? 

—¿Porque eres el señor inmortal de los demonios? 

—Porque lo olvido. Siempre escucho una voz en la oscuridad, diciendo palabras que me queman vivo. Sobrevivo porque siempre me obligo a olvidar la voz tan pronto como habla. Pero tú, mi querida Pandora...

PRIS AVEC LA BÊTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora