Capítulo 21

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Escuchaba como mi amiga lloraba desconsoladamente encerrada en el baño. Gritaba y sollozaba la pérdida de su amante.

Yo estaba en la sala, llorando en silencio. Recordaba a mi madre y luego a Alexander.

Había perdido un trocito de vida.

Tomé mi taza de té y le di un sorbo.

Durante el trayecto a la casa de Claudia había sido doloroso, pues la escuchaba quejarse y decir palabras que no entendía. Ella iba tan concentrada en su dolor que ni siquiera había notado las maletas en la parte de atrás.

Y cuando llegamos aquí, se encerró rápidamente en el baño. Estaba dejando que sacara su dolor.

Mi teléfono se iluminó, y pude ver una notificación de Instagram que no tenía importancia. Pero mi atención se enfocó en mi fondo de pantalla.

Una foto de Alexander y yo en nuestra boda. Tomados de la mano mientras nos dábamos un beso. La felicidad se veía en toda la foto, cosa que me hizo llorar más.

Me quería morir.

Quería solo desaparecer el dolor y la tristeza que me estaba consumiendo. Cerrar los ojos y abandonarlo todo.

Pero sabía que eso ni de chiste iba a pasar. O lo superaba o me dejaba vencer.

Pensaba en que iba a hacer ahora; probablemente irme a vivir con papá, de esta manera no nos sentiríamos solos. Necesitaba hablar con él, pero no ahora.

No quería quedarme en la ciudad, pues todo me recordaba a él. Para alejarme de él, tenía que huir de aquí, y no era la primera vez que lo hacía.

También tenía que hablar con Claudia y decirle lo que me acababa de pasar, tal vez ella me podía ayudar a saber que hacer.

Me tomé 4 tazas de té a falta de alcohol. No quería dejarla sola y sinceramente, yo tampoco quería estarlo.

Sus sollozos se fueron calmando poco a poco, y ahora no escuchaba nada del otro lado de la puerta.

Yo ya me había quedado sin lágrimas, y me picaban los ojos, de lo inflamados que estaban. Me dolía la cabeza del esfuerzo y me quemaba el pecho.

Detrás de todos mis pensamientos negativos y dolorosos, estaban los buenos que me recordaban que la vida está llena de ciclos y debíamos reconocer cuando un ciclo ha llegado a su fin, para soltar a las personas que nos acompañaron y solo guardar los buenos recuerdos. Desearles felicidad y continuar.

Eso era lo me mantenía a flote, porque no me quería hundir.

Miré a la nada, esperando respuestas divinas. Todo estaba en silencio, y solo se escuchaba los latidos de dos corazones rotos; la sinfonía fue interrumpida por una puerta abriéndose.

Finalmente había salido del baño.

No la miré, seguí contemplando la nada.

Ella se sentó frente a mí, ya se notaba tranquila y cansada. Parecía que estaba viendo mi reflejo: ojos hinchados y rojos, semblante triste y melancolía en el alma.

-Me voy a ir de aquí- habló mirándome -De verdad ya no quiero caer en su juego, solo quiero empezar de nuevo-

Asentí lentamente.

-Yo también me voy a ir- respondí.

Ella me miró confundida.

-¿Por qué?- preguntó rápidamente.

Mis ojos se volvieron a cristalizar, y el nudo en la garganta apareció.

-Alexander me pidió el divorcio- contesté en voz baja.

-¿Y se lo diste?-

-Si, él lo quería y yo no iba a obligar a quedarse conmigo-

Ella se levantó y se sentó junto a mí. Me abrazó y por arte de magia, volvía a quebrarme.

-Estaba tan cerrada en mi dolor que no vi el tuyo, perdóname- dijo afligida.

-No es tu culpa, es culpa de ellos-

Nos quedamos abrazadas, pues eso necesitábamos. Queríamos no sentirnos abandonadas o perdidas, y ahora solo nos teníamos a nosotras.

-Vámonos juntas de aquí, ya no tenemos a nadie que esperar- comentó minutos después.

-Mis maletas ya están en el auto, faltan las tuyas- animé.

Claudia se levantó y me miró.

-Entonces solo haré las mías y nos largamos esta noche-

Pasé toda la tarde ayudándole a empacar su ropa y algunas cosas que quería llevar. Dijo que primero teníamos que encontrar un buen lugar, y mandaría la mudanza por algunos muebles.

Ayudarla me ayudó a no pensar en mis penas. Por algunas horas olvidé lo oscura que estaba siendo mi vida. Esa era la clave, mantenerme ocupada, al menos hasta que consiguiera otro motivo para seguir adelante.

La última maleta fue cerrada.

-¿Crees que todo esto entre en mi coche?- pregunté sorprendida.

-Lo averiguaremos- respondió animada.

Efectivamente, no habían entrado la primera vez que lo intentamos. Pero sacamos todas las valijas y volvimos a acomodarlas. Finalmente habían entrado.

Entre sacar y meter maletas, la noche había caído y avanzado rápidamente. Eran casi las 11 y nos sentíamos agotadas física y mentalmente.

-Creo nos iremos mañana temprano, el día de hoy me ha agotado- dije acostándome en el sillón.

-Estoy de acuerdo, por mucho que quiera irme de aquí, tengo más ganas de dormir- respondió mi amiga.

Cenamos algo ligero: cereal con leche.

Pasada la media noche, nos fuimos a dormir. Debido a que Claudia solo tenía una habitación, ambas nos quedábamos en la misma cama.

Mi cabeza ya estaba sobre la almohada.

-Que descanses-

-Igualmente-

Al cerrar los ojos, el dolor regresó.

Sentí la presión en mi pecho y me costaba respirar. Intenté calmarme, pero fue imposible. Las manos me temblaban y las piernas ya no tenían fuerza.

Durante toda la noche quise dormir, y lo logré en algunos momentos, pero cuando volvía a despertar, sentía la misma sensación en el cuerpo. Sabía que Claudia tampoco había logrado conciliar el sueño, pero no dijimos nada. Estábamos demasiado metidas en nuestros pensamientos.

Cuando el sol comenzó a iluminar la habitación, fue nuestra señal para levantarnos.

Aún me sentía cansada y triste, pero tenía energía suficiente para irnos de aquí.

-Pasaremos a desayunar en el camino, es hora de que no vayamos- gritó Claudia desde abajo.

Bajé rápidamente las escaleras y tomé las pocas cosas que había dejamos ahí.

Era hora de avanzar, aunque mi corazón se quedara aquí... 

¿Para Qué Quedarme? #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora